Casi 80 años de historia son los que acumula El Pampero, uno de los viveros más representativos de los 153 que existen en San Pedro. El emprendimiento, que actualmente es comandado por la tercera generación de la familia Ginart, comenzó con el arribo de colonos mallorquines que, atraídos por las potencialidades productivas de la zona, decidieron continuar con su tradición frutícola. Si bien hoy han diversificado su producción, al igual que lo hicieron la mayoría de los establecimientos de aquella localidad, sus génesis está en la fruta.
“Mi abuelo empezó con el vivero. Vinieron de Mallorca y se dedicaban a hacer viveros. Primero producían solamente árboles frutales, después le fueron agregando rosales, arbustos y otros árboles. Ahora cada vez se producen más plantas porque el pedido del mercado está y es muy parecido producir una planta de frutas que un árbol. Es prácticamente lo mismo”, contó Sebastián Ginart a Bichos de Campo, quien se desempeña como gerente comercial de la planta de empaque de El Pampero.
La empresa de los Ginart es hoy mucho más que un extenso vivero de casi 150 hectáreas: la familia se las arregló para armar una empresa capaz de generar empleo fijo para unas 60 personas durante todo el año. De esa forma, cuando las plantas “descansan”, siguen por ejemplo los trabajos de empaque de la producción de durazno que ellos mismo cultivan en otras 200 hectáreas, y que comercializan dentro y fuera del país.
“La producción tanto de durazno como de vivero se hace todo el año. Lo que es planta a campo lo comercializamos de abril hasta septiembre, que es el momento en que se pueden sacar las plantas, hacer terrones y cortar las raíces. Ahí es cuando están descansando las plantas. Después lo que es durazno lo cuidamos todo el año. Empezamos a podar ni bien se caen las hojas en abril y después hacemos todos los cuidados de invierno. Pero comercializamos a partir de octubre, que es cuando empieza la producción”, precisó Ginart.
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En este sentido, Sebastián destacó que toda la planificación se realiza respetando los tiempos naturales de cada una de las especies. “Los trabajos se hacen de forma escalonada, porque un plantín que se pone en el campo hoy lo vamos a estar comercializando dentro de dos o tres años. Entonces siempre tenemos que tener de una forma escalonada la producción para que haya plantas durante todo el año. A veces hay plantas que se dejan más tiempo para que tengan más tamaño, porque el mercado lo requiere”, detalló.
“El vivero está dividido en dos. Por un lado están los ornamentales, que son los árboles, arbustos y los rosales que se le venden a otros viveros del país, que son como revendedores. En la parte de los frutales, nuestro fuerte es la producción de durazno para montes. De eso tenemos una comercialización muy grande, acá en San Pedro y también vendemos en Jujuy, Mendoza y Río Negro”, enumeró a continuación.
En le caso de los durazneros, el ejecutivo dijo que estos árboles, van a demandar atención durante todo el año. “Lo que es durazno lo cuidamos todo el tiempo. Se comienza con la poda y una vez podados, brotan y florecen. Hay que cuidarlos de las heladas primaverales que hacen mucho daño. Y después viene la cosecha que se hace con personal en escaleras porque las plantas son altas. Empezamos a cosechar a partir del 15 de octubre y hasta el 15 de marzo”, explicó el gerente.
-¿Cuáles son los destinos de la producción de duraznos?-le preguntamos.
-Los duraznos se venden mayormente en el mercado interno, en todas las provincias: Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y también cargamos para Tucumán. Hacemos algo para Brasil, siempre que el mercado lo permite.
-¿Cómo distribuyen la mano de obra para atender el vivero, los campos de frutales y la planta en simultáneo?
-Hay un momento en el que el personal del vivero pasa a trabajar en lo que es durazno. Y el del empaque siempre más o menos es el mismo, porque en el invierno empacamos cítricos y en verano empacamos durazno. Está prácticamente ocho o nueve meses con el mismo personal. En el vivero contamos con alrededor de 60 personas fijas, que por momentos pasan a trabajar en lo que es durazno. Después tenemos lo que es poda, que también hay unos 30 a 40 podadores durante todo el invierno. Y esas mismas personas después también siguen con la cosecha, por lo que durante la época de producción y descarga estamos unas 100 personas en lo que es durazno solamente y 50 a 60 personas en el vivero.
A pesar de tener bien engranado este sistema de rotación entre todas las tareas, en algunas ocasiones el funcionamiento orgánico de esta empresa se ve amenazada por la falta de personal.
“Hay algunas tareas específicas como injertar, podas que son culturales, que se van aprendiendo de generación en generación. Principalmente en estos últimos años costó un poco conseguir mano de obra calificada para esas tareas. Pero de alguna manera siempre va entrando personal nuevo, van aprendiendo y lo vamos supliendo”, dijo Sebastián.
-¿Cómo te ves de aquí a un tiempo? ¿A dónde querés llevar el negocio como tercera generación dentro de la empresa?
–El negocio tratamos más que nada de ordenarlo, que esté prolijo, de no salirnos de lo que sabemos hacer. A veces la tentación de hacer otras cosas o de hacer más cosas desordena. Tratamos de mantener siempre una línea de trabajo prestándole mucha atención a la calidad, que es muy importante.