Del trabajo que hace cada uno de los técnicos en la Chacra Experimental de Miramar depende, en última instancia, las variedades que luego salen al mercado o las pautas de manejo que se recomienda a los productores.
Al igual que muchas otras desperdigadas en diferentes zonas de la provincia, en este establecimiento, que pertenece al Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense, se llevan a cabo ensayos agrícolas todo el año y sobre diferentes cultivos. Por eso es que, en las hectáreas que tienen reservada en la zona de “La Ballena”, hay una gran cantidad de parcelas separadas, que actúan como campos distintos en los que se trabaja.
Camila Benavides es una joven estudiante de agronomía que, en cierta medida, cursa parte de su carrera en la chacra. Porque, si bien lo que allí hace no está incluido formalmente en el plan de estudios, hoy se erige como una de las encargadas de que los ensayos den sus frutos y gana mucha “cancha” en la actividad.
“También hay que sentarse a leer y estudiar, porque no es todo lo que hacemos en el campo. Hay que tener la teoría”, aclara la futura agrónoma, que es quien lleva adelante el minucioso registro de todo lo que se hace en las parcelas los 12 meses del año.
Para eso no sólo se necesita organización y sistematicidad, sino también mucha pasión, porque prácticamente no hay día de trabajo que se parezca a los demás. “Cada parcela es un mundo”, ilustra Camila.
En cada una de esas porciones de poco más de 8 metros cuadrados lo que hacen es evaluar diferentes variedades y hasta, en algunos casos, formas de manejo. Lo curioso es que su trabajo tiene un gran componente de labor artesanal, porque al ser tan chicas las superficies, cargan las semillas en pequeños sobres que luego siembran con una sembradora experimental.
Así como cada parcela es un mundo, también lo es cada ensayo. Actualmente, Camila está encargada de coordinar los que llevan a cabo en avena, que tienen como fin último evaluar su rendimiento a partir del porcentaje de materia seca, que es el alimento de los animales.
De hecho, parte de su trabajo consta de hacer cortes periódicos para simular el propio pastoreo, como forma de saber cuánto de esa materia seca se produce con el paso del tiempo.
“Depende la variedad. El año pasado la que más rindió estaba en un promedio de entre 5500 y 6000 kilos por año”, explicó la futura agrónoma.
Todo el material que evalúan pertenece al INTA. En algunos casos, se trata de variedades comerciales, que ya están inscritas, y en muchos otros, de las que aún están en etapa de desarrollo. Por eso es que la tarea en esa y las demás chacras es tan importante, porque con la información recabada se determina qué es lo que se lanza al mercado y qué conviene sembrar en cada zona.
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En paralelo, Camila también trabaja en la red de ensayos de fina, que consta de cuatro fechas de siembra de trigo a lo largo de la campaña. A diferencia de la avena, en la que sólo se evalúan las variedades, con el cereal también se suman algunas variables de manejo.
Eso, en definitiva, complejiza aún más el ensayo. En vez de darle a cada parcela la misma fertilización y las mismas aplicaciones para tener una base de comparación pareja, se pueden introducir cambios adicionales, como el uso de fungicidas, para vincular el rendimiento a eso.