Esta semana el gobierno de EE.UU. decidió intervenir el mercado cambiario argentino para contener una corrida contra el peso al menos hasta las elecciones legislativas nacionales del próximo 26 de octubre.
Al intentar justificar tan inaudita acción, el secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, aseguró en una entrevista periodística que el presidente Javier Milei “está comprometido con sacar a China del país”.
La realidad es que no existe ya manera se “sacar a China” de la Argentina (y de gran parte de Sudamérica) sin que el país colapse. De hecho, parte del problema argentino es que tiene “mucho menos China” en su economía que el resto de sus vecinos.
En 2005 China era un integrante más en la matriz comercial argentina, pero apenas una década después se transformó en un actor central, mientras que EE.UU. fue perdiendo relevancia no sólo porque no es una economía complementaria a la argentina –de hecho es competidora en el rubro agroindustrial–, sino además porque la nación asiática comenzó a consolidarse como proveedor de tecnología y equipamiento.
El problema es que, mientras que países como Chile y Brasil entendieron el cambio de escenario global y se integraron comercialmente con China para comenzar a generar divisas, Argentina sigue mirando el mundo a través de la pantalla de un televisor de rayos catódicos, lo que hace que China sea insólitamente una “aspiradora” de divisas en lugar de una “fábrica” de ese recurso clave.
En 2004 el entonces presidente de China, Hu Jintao, visitó la Argentina con el propósito de comenzar a negociar una integración comercial entre ambas naciones. Pero al presidente argentino, Néstor Kirchner, no le interesó la propuesta, al punto tal que, luego de invitar a la comitiva china a visitar El Calafate, prefirió asistir al Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario que dirigirse al sur del país para acompañar a las máximas autoridades de la que, en pocos años más, sería una de las principales potencias globales.
Los chinos no tomaron de todo bien ese desaire del presidente argentino, quien, claramente, no supo advertir la oportunidad histórica perdida. Luego Hu Jintao viajó a Chile, donde se reunió con el entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, para comenzar a trabajar en el diseño de un Tratado de Libre Comercio (TLC) que finalmente sería implementado en octubre de 2006. En la actualidad, China es el primer socio comercial de Chile y representa una fuente de prosperidad y desarrollo para la economía de ese país.
Argentina, un territorio sin clase dirigente, quedó atrapada en la lógica del endeudamiento sistemático, lo que hizo que perdiera dignidad al rifar su soberanía en cuotas para ir liquidando gran parte de su capacidad productiva. Podríamos decir que se trata de un “país planero”. Los que quedan en pie en el sector privado –no asociado a negocios estatales– son auténticos sobrevivientes.
El problema de ser un “país planero” reside en el hecho de que todo problema pasa a ser un inconveniente en lugar de representar un desafío, lo que obliga a pedir ayuda de manera constante a cambio de recursos naturales que, por supuesto, en algún momento se agotarán. Por fortuna, la herencia europea que engalana gran parte de las urbes argentinas contribuye a maquillar una realidad propia de un país africano.
EE.UU. hará todo lo que tenga a su alcance para evitar que la Argentina ingrese a los BRICS –esto es lo que quiso decir Bessent al referirse a la cuestión–, incluso quedando en ridículo, porque el foro creado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica –al que posteriormente se sumó Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia como miembros plenos– tiene en sus planes instrumentar un sistema de pagos interconectado que permita comerciar a los integrantes del bloque en sus propias monedas sin necesidad de recurrir al dólar estadounidense.
No hay discusión: en el mercado de soja es más negocio pertenecer a los BRICS
Esa agenda de los BRICS representa una amenaza existencial contra la hegemonía de EE.UU., cuya base se sustenta en el hecho de contar con una moneda que opera como reserva de valor en todos los confines del orbe. La “guerra fría comercial” emprendida por Donald Trump justamente está orientada a intentar retrasar ese proceso que, de todas maneras, ocurrirá inexorablemente, ya que se trata de economías que cuentan con todo lo necesario para poder existir sin ningún otro aporte externo.
En ese marco, entonces es factible advertir que lo que más le conviene circunstancialmente a un gobierno no necesariamente es lo más provechoso para un país, aunque este último término quizás ya le queda grande a un simple territorio ocupado.