Aníbal Carlini y Verónica Hussing se cruzaron hace 20 años y decidieron formar una familia ensamblada, justo después de que cada uno de ellos había logrado curtirse profesional y personalmente. Unidos por el amor en primer lugar y luego por la necesidad de estar más cerca de la naturaleza, dejaron atrás el asfalto y buscaron su lugar en el mundo, una porción de cerro y bosque en el Valle de Calamuchita, en el camino que va rumbo a La Cumbrecita. Allí, cuando pensaban en qué hacer, se transformaron en productores de lavanda y todos sus derivados.
Con el correr de los años, allí en medio de una hermosa arboleda de pinos, la pareja armó luego un emprendimiento turístico y gastronómico que han denominado Vía Blu (quiere decir Ruta Azul), pero el hilo conductor de su propuesta sigue siendo la planta aromática. El proyecto -que surgió luego de descartar la posibilidad de incursionar en la vitivinicultora- aprovecha las condiciones del terreno para cultivar lavanda. Una actividad que para la pareja, más allá de una posibilidad de negocio, se ha convertido en una pasión.
“Nosotros cuando decidimos venir a vivir acá, descubrimos que teníamos un territorio que lo podíamos llegar a explotar de alguna manera y lo teníamos ocioso. Entonces pensamos en un producto que pudiéramos darle curso al proyecto de vida que habíamos planificado. Fue nuestra relación europea con el producto lavanda lo que nos animó, la empezamos a desarrollar y la incorporamos”, contó Aníbal a Bichos de Campo.
Por otra parte Verónica, confirmó que producen lavanda porque se adecua a su estilo de vida. “Era también una planta que podíamos nosotros hacerle frente, porque también la vitivinicultura era otra opción, pero no teníamos ni edad, ni nada para desarrollar un proyecto semejante”, explicó.
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Para la pareja el inicio de esta aventura no fue un camino fácil. Todavía recuerdan cuando fueron “estafados” al comprar 22 mil esquejes de lavanda de muy baja calidad para arrancar con la siembra. Desde ese momento decidieron dedicarle tiempo a la capacitación y “salir de la ignorancia”. Hoy son verdaderos expertos en el cultivo y hasta elaboran sus propios productos que comercializan bajo la marca registrada Vía Blue o Ruta Azul.
“Tenemos tres subproductos, uno es la flor seca, el segundo es el aceite esencial que lo sacas de la flor y el tercero es la destilación, de la que además de obtener el aceite esencial, también se obtiene el hidrolato, que tiene valor porque contiene resabios de los mismos poderes de la lavanda”, detalló el matrimonio.
Con el conocimiento fueron incorporando variedades de lavanda, apuntando a lograr una mayor calidad. Entre las 8 o 9 variedades que cultivan Aníbal y Verónica, algunas incluso tienen fines culinarios, las más finas son empleadas en la extracción de aceites, y otras simplemente tienen valor ornamental.
“En todo el proceso de determinar las especies o las variedades que nosotros queríamos crecer, porque entendíamos que tenía mayores bondades que otras, nos hicimos de un destilador de laboratorio para hacer todos los muestreos y definir un poco las calidades. Además de ver cómo seguimos creciendo y plantar otras variedades”, dijo Verónica.
La pareja, más allá de hacer todo el proceso industrial de extraer el aceite esencial de lavanda y elaborar distintos productos, ha desarrollado un proyecto turístico aprovechando el don encantador del cultivo. “La lavanda es el traccionador, la gente viene por la lavanda. Tenemos en el camino una variedad que está florecidas todo el año y la gente se apasiona con eso. Pero acá también vienen y pueden ver las flores, las diferencias, los colores y les explicamos un poco. fue un proyecto que fuimos construyendo y lo fuimos descubriendo sobre la marcha. La idea primigenia fue venirnos a vivir y en el medio apareció el turismo. Ahí sí empezamos a implementar todo esto”, contaron.
Son varios los grupos de turistas que llegan al predio atraídos por la lavanda, una recorrido que se complementa con la posibilidad de descansar en acogedoras cabañitas o degustar un buen menú en el exquisito restaurante, construido completamente de madera. Ambas instalaciones llevan la impronta de Aníbal y su destreza como arquitecto.
-¿La producción de lavanda la venden solo a los turistas que los visitan o también hacia afuera?
–No, la intención es vender solamente acá, porque nosotros hemos hecho quizás un proyecto grande para nuestras energías. Hay mucho inconveniente a la hora de conseguir mano de obra, con lo cual tenemos un esfuerzo mayor y es suficiente con lo que nosotros tenemos acá. Nosotros construimos nuestro techo, nosotros sabemos hasta dónde queremos producir lavanda, atender el turismo y el restaurant hasta donde nos dan nuestras capacidades. Todo lo que hacemos y todo lo que generamos lo hacemos porque disfrutamos.
-Se hace además una fiesta de la lavanda en el valle de Calamuchita. ¿Imagino que coincide con la cosecha?
-Si, se celebra en los primeros días de enero. No es solamente una fiesta de la lavanda nuestra, sino que la dan todos los productores del Valle de Calamuchita y lo hacen en distintas fechas, según como se viene dando la floración. Son distintas fiestas de la lavanda. Definimos las fechas y nos vamos poniendo de acuerdo entre los productores. Es un gran momento y la verdad que cambia mucho la imagen que tenemos actualmente con todo florecido, con un día de sol generalmente, porque es verano.
-Producen, procesan la lavanda y trabajan en el proyecto turístico según sus capacidades. ¿Ya lograron lo que querían o creen que algo les falta?
–Siempre falta. Si bien hablamos de nuestro techo siempre te tenés que ir renovando, entonces la idea es siempre ir regenerando. Aparte la lavanda la verdad que tiene aristas impresionantes. Hay lavandas blancas, lavandas negras y nos gustaría tener esas variedades acá, para que la gente observe. Pero bueno son variedades difíciles de conseguir porque no se pueden importar y nos quedamos simplemente con el conocimiento.