Alejo Ignacio Balbiani ha llegado a sus 60 años administrando campos y estancias de las provincias de Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires. Desde sus 8 años dedica su tiempo libre a cultivar el arte de tocar la guitarra y cantar de modo autodidacta. Luego, a partir de los 15e años, comenzó a escribir poesía en versos criollos, que asombraron por su honda sapiencia. Él mismo comenzó a ponerles música a algunos, pero también artistas amigos fueron musicalizándole otros.
“En lo poético, tengo varias facetas -se autodescribe, Alejo-: una surera, porque nací y me crié en Tres Algarrobos, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, pero también estoy haciendo boleros. El prestigioso músico correntino Raúl Noguera musicalizó ocho de mis poemas con músicas de su litoral. Frecuenté de chico el campo de un tío abuelo en Corrientes, y seguramente me inspiró mi poema ‘Mencho’, que es el trabajador del campo en esas tierras”.
“Además -continúa Balbiani-, en 2017 he publicado un libro con algunos de mis poemas, ‘La Mariposa en la silla, Semblanzas del Alma Campera’, ilustrado por mis hermanos, Juan y Roberto, diseñado por mi amigo Daniel Sempé, que lo presenté en La Rural de Palermo. Tengo dos libros más, en borrador, que ya publicaré. Hoy suelo cantar en lugares públicos, sólo mis propias canciones, no canto de otros”.
Lo interpelamos:
-Contanos acerca de tu origen campero.
– Mis abuelos tenían un campo grande en Tres Algarrobos, sobre la Ruta 226, e hicieron muchas obras en ese pueblo, una escuela, una iglesia y más. Luego mi padre heredó una parte y se fue a poblarlo, en 1964, año en que yo nací allí y adonde me crié. El campo estaba pelado y mi padre hizo el monte, levantó el casco donde vivimos y en 1972 creó una cabaña de caballos criollos. Por eso mi familia tiene mucho arraigo en esa zona. Cuando estaba por cursar segundo año del secundario, mi padre decidió mudarnos a Buenos Aires, donde terminé el colegio y empecé la carrera de Administración Agraria. Papá iba al campo durante la semana, y yo abandoné mi carrera para irme a trabajar al campo.
-Seguramente tu padre ha influido mucho en tu carácter.
-Papá fue socio vitalicio de la Asociación de Caballos Criollos y la Sociedad Rural Argentina; fue presidente de la Sociedad Rural de Villegas, a la que le aportó mucho y allá le ofrecieron ser intendente, pero no aceptó. De grande se recibió de martillero y trabajó para Álzaga Unzué y Compañía, y hasta después se puso una inmobiliaria en Buenos Aires. No paró nunca, y fue de esencia campera, aferrado a los valores tradicionales. Creo que de él saqué mucho de mi carácter y de mis pasiones, que son el campo, los caballos y el folklore.
-¿Y lo de empezar a cantar y tocar la guitarra?
-Mi padre apenas rascaba la guitarra y cantaba, pero fue mi gran promotor y también del grupo de mis primos hermanos, los Hermanos Chillado Biaus, porque parecía que disfrutaba de ver en nosotros las condiciones que le faltaban a él, y nos alentaba y seguía a todos lados. Además, por parte de mi madre tengo ascendencia irlandesa, y mi abuelo tocaba la gaita y solía templar muy bien la guitarra. Mi hermano Juan toca algo de acordeón y de guitarra, pero es dibujante y pintor costumbrista. Hace poco hizo una exposición y yo escribí textos sobre cada obra de él, lo mismo que hice, unos años antes, sobre una exposición de obras de Julián Althabe.
-¿Y lo de cantar en público?
-Cuando estudiaba formé un dúo folklórico con José, el mayor de los hermanos Chillado Biaus. En los años ochenta fundamos Los Patrios, con Marcelo Heguy y Mario Muñiz, que duró poco. Después nació el grupo Los Hermanos Chillado Biaus, con Juan, Gonzalo, Sebastián -muy buen letrista- y Diego, y yo supe remplazar a Gonzalo en alguna ocasión. Más tarde armé un dúo con Juan Chillado -que hoy tiene su famosa peña en Recoleta-, hasta que dejé la facultad y me fui a trabajar al campo, dejé de cantar en público y con el tiempo empecé a componer.
-¿A qué campo te fuiste?
-Me fui de mayordomo a una estancia de 18.000 hectáreas, del Grupo André, en Entre Ríos. Disfruté mucho de Buenos Aires, pero hoy sólo regreso para tocar en algún lado o de visita. Por cinco o seis años dejé de escribir y de componer, dedicándome de lleno a la administración de la estancia. Me casé con Rosario Güiraldes y tuvimos 4 hijos. El campo quedaba a 50 kilómetros de la ruta, pero estábamos muy cómodos allí. Era propiedad de un grupo suizo y a los diez años decidieron retirarse de nuestro país.
-¿Y no te ofrecieron seguir trabajando con ellos en el exterior?
-Sí, me lo ofrecieron, pero yo ni loco dejo mi tierra. Me indemnizaron muy bien y con eso me compré una quinta en las afueras de Pehuajó, porque en esa ciudad había un colegio muy bueno para mis hijos. Nos fuimos a vivir con mi familia y allí le di continuidad a la cabaña de criollos de mi padre. Al poco tiempo entré de mayordomo de las estancias “19 de Abril“ y “María Angélica”, de Mariano Grondona, donde se hacía agricultura y ganadería, en la zona de Pehuajó. Allí estuve cuatro años, en esa misma zona.
-¿Y después de Grondona?
-Después me hicieron una oferta interesante para supervisar tres campos de TerraGarba durante nueve años, con cabañas de Angus y Hereford, y algo de agricultura, con oficina en Bolívar. Pero quedó mi familia en Pehuajó, adonde me iba los fines de semana. Con los años, Pehuajó creció y mi quinta de seis hectáreas quedó en la zona urbana, entonces la loteé y vendí. Me compré una casa en la ciudad y un campo de 130 hectáreas, muy cerca, que estoy armando poco a poco. Hago algo de soja-maíz, tengo vacas y sigo con la cabaña de criollos. Además, asesoro a algunos campos, esporádicamente, pero a mis sesenta años decidí no complicarme la vida.
-Hace mucho creaste una empresa de recursos humanos para el campo. ¿Cómo fue que se te ocurrió fundarla? ¿La seguís teniendo?
-Sí, porque siempre me gustó el tema de los recursos humanos. Todo empezó como gauchada para amigos, hace 22 años, cuando vine a vivir a Pehuajó. Después me empezaron a decir “cobrame, que necesito tu ayuda” y a pedirme que les resolviera conflictos. Mi ventaja sobre otras empresas es que estuve del otro lado del mostrador, pase por todos los escalafones, y a esta altura conozco a mucha gente por todo el país, de modo que tengo una buena base de datos. Hago selección de personal, pero también de empresas y de patrones, porque en este mundo hay de todo (sonríe). Si veo algo que no me cierra, me retiro, no trabajo, porque me ha ganado un nombre y lo cuido. Hoy no quiero sobresaltos.
-¿Qué balance harías a esta altura de tu vida?
-No me quejo, porque he logrado una estabilidad económica en mi vida, pero yo no heredé nada, todo me lo he ganado con mucho trabajo y sacrificio, junto a mi mujer y mis hijos. Por eso decidí no tener sobresaltos y no tengo grandes ambiciones. No me desvivo por las cosas materiales. No me arrepiento de nada y me siento plenamente realizado con la vida que llevo, y si volviera a nacer, haría lo mismo.
-¿En serio fuiste granadero cuando te tocó el servicio militar?
-Sí, me tocó justo antes de retomar la democracia, entre 1982 y 1983, de modo que acompañé a dos presidentes, a Bignone y a Alfonsín. Estuve en la Casa Rosada y en el Congreso. Pude ir a mi pueblo de Tres Algarrobos como granadero y fue muy emotivo para mí, para mi familia y mi gente.
-¿Y en lo artístico estás contento con tu carrera?
-Sí, estoy orgulloso de que Facundo Picone, Juan Cruz Barbosa y otros intérpretes, estén cantando algunas de mis canciones. Juan Martín Scalerandi, que era el guitarrista de Omar Moreno Palacios, me está por grabar una milonga. Los salteños Mariano Coll Mónico y Mauricio Armesto, les pusieron música de zambas y demás, a varios poemas míos. Gaspar Campos le está poniendo música de vals a otro de mis poemas. Tengo el honor de ser amigo de todos ellos, talentosos artistas. Ahora hace tiempo que no escribo, pero como no necesito vivir de mi arte, no me presiono para nada y me dejo llevar. Pienso seguir publicando más libros con mis poemas y cantando en lugares donde me siento a gusto. Voy mucho a San Antonio de Areco.
Alejo Balbiani escribe así en “Rastro”:
“Quiero mi rastro dejar / No como huella en la arena / Por más que se note apenas / Que no se pueda borrar / Que si me van a rastrear / Sepan que es el rastro mío / Quiero con todo mi avío / Al irme serenamente / Dejar el rastro evidente / De mi corazón cansío. //
Sobre mi rastro seguro / Advertirá el rastreador / Que en caminos de valor / He marchado sin apuro / Según con luz o en lo oscuro / Es distinta la pisada / Si es aguda la mirada / Verá que en mi largo viaje / Fui liviano de equipaje / Con solo el alma cargada. //
A veces donde he pasado / Pisé apenas en el suelo / Igual que si fuera en vuelo / Sin que se note he viajado / Otras clarito he dejado / Mi rastro en la rastrillada / Se nota en la galopeada / Que fui de apuro exigido / Y cuando mal me han tenido / Se advierte la atropellada… //
Siempre que el rastro se deja / Al suelo se le hace un muesco / Es mejor si es rastro fresco / Porque así menos se aleja / Mi rastro siempre refleja / El rumbo que yo elegí / Siempre estoy …nunca me fui / No lo sé pero colijo / Que por el rastro mis hijos / Habrán de seguirme a mí…”
Alejo eligió dedicarnos su poema “Llovizna y pena”, musicalizado con género de “estilo”, por el marplatense Juan Cruz Barbosa.