Las elecciones legislativas en Chacabuco, el partido del interior bonaerense del cual proviene políticamente el actual ministro de Agricultura, Julián Domínguez, tuvo una de las elecciones más reñidas que quizás pueda encontrarse en el país.
Según los resultados preliminares, en la categoría de diputados nacionales los opositores de Juntos se impusieron por el 44,12% de los votos (13.921) contra el 44,12% obtenido por el oficialismo de Todos (13.889). La diferencia fue de apenas 32 votos entre una y otra fuerza.
En las PASO, las listas que componían la oferta de la oposición habían superado al oficialismo del que proviene Domínguez por 7 puntos. Es decir que, como en la elección general en la Provincia de Buenos Aires, el peronismo logró remontar varios puntos de diferencia entre una elección y al otra. Pero aún así, no le alcanzó.
Darío Golia, el candidato local del peronismo, tenía la bendición del actual ministro nacional, que fue intendente y sigue siendo uno de los hombres fuertes del peronismo en Chacabuco. Incluso el ministro concurrió a votar acompañado por su hijo Tomás Domínguez, que integra la lista local del Frente de Todos.
Una mujer de 71 años es la que maneja los verdaderos hilos del poder en el Ministerio de Agricultura
¿Entonces? ¿Domínguez puede ser considerado un ganador o un perdedor de esta elección? Cabe recordar que el actual ministro fue convocado de urgencia para reemplazar al ex titular de Agricultura, Luis Basterra. Asumió a los pocos días de la derrota de las PASO, como parte de la renovación del Gabinete que implicó el desplazamiento de Santiago Cafiero y la llegada de Juan Manzur, en representación de la “liga de los gobernadores”. Fue una instancia intermedia para evitar una ruptura visible entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner, verdadera jefa de la fuerza y quien pudo condiciones en una carta que publicó a los pocos días de aquella derrota.
Este vez, los gobernadores recurrieron a Domínguez recordando su paso por Agricultura entre 2009 y 2011, cuyo principal mérito fue esmerilar la unidad de la Mesa de Enlace, que habría cobrado bríos tras la revuelta por la imposición de retenciones móviles en marzo de 2008. El propio Domínguez reconoce que no tenía ningún deseo de asumir en Agricultura, y que recién se enteró dos horas antes del anuncio, cuando Alberto lo llamó para ofrecerle el cargo.
En su breve gestión desde septiembre hasta aquí, Domínguez claramente navegó en medio de la corriente, entre las dos aguas. Para anunciar la apertura parcial del cepo a las exportaciones de carne vacuna -a través de nuevos cupos para la vaca conserva- se rodeó de cinco gobernadores, entre ellos el kirchnerista Axel Kicillof. A los pocos días, logró juntar a Cristina y Alberto en un acto para anunciar un proyecto de ley de fomento agroindustrial que venía discutiéndose hace un año.
Pero ahora las cartas definitivas están echadas: el peronismo bonaerense del que abreva Domínguez recuperó algunos puntos, pero finalmente volvió a perder. Esto lo coloca lejos del cielo, pero también a salvo del infierno. En el purgatorio, se sabe que los peronistas (como todos los políticos) buscarán responsables para echarle toda la culpa de la derrota y finalmente así poder reescribir su propia “fábula”, pensando en la próxima elección.
En ese purgatorio quedó Domínguez, que no puede ser sindicado como “mariscal de la derrota”, pues acaba de volver a la función pública, pero tampoco puede mostrar éxitos propios, pues la coalición gobernante liderada por el kirchnerismo finalmente perdió. El ministro de Agricultura deberá decidir ahora en qué sector de la feroz interna por venir se encolumna.
Todo parece preanunciar que el peronismo tradicional, del que forma parte Domínguez, se alineará con un débil Alberto Fernández, quien tendrá que seguir gestionando dos años más el país en un contexto de conflicto constante con Cristina y los sectores más exaltados del gobierno. Es el mismo sector que ahora buscará acuerdos “patrióticos” con la oposición y un aval legislativo para que toda la comunidad política apruebe en el Congreso un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario (FMI).
Si ese fuera el contexto, en los próximos días seguramente veremos una ratificación de Domínguez en Agricultura. Y dentro de ese ministerio, una reorganización de nombres y funciones en el marco de un recambio anunciado de funcionarios. Ya hemos contado en Bichos de Campo que la gestión del Ministerio de Agricultura se había convertido en un “cocoliche”, un mosaico representativo de todas las fuerzas internas de la coalición gobernante, en el que unos se anulan a otros y viceversa. Lo único que cambió allí desde 2019 es que el massismo subió unos escalones con la designación de Jorge Solmi como viceministro o secretario de Agricultura.
Domínguez no sabe de agronomía, pero sí conoce algo de esta “política adolescente” que se practica en la Argentina. Eso le alcanza para aprender que si uno siembra una semilla, pero luego no la riega ni la fertiliza, no obtendrá los frutos deseados. Tendrá que decidir rápido y claro con quien alinearse en la fuerte interna que se abrirá a partir de la derrota electoral. Y, luego de eso, tomar decisiones para transitar del mejor modo posible los dos años que restan de mandato.