Esta semana una empresa argentina anunció el lanzamiento del primer criptoactivo global basado en poroto de soja. Se trata de una gran noticia porque permitirá agilizar el potencial transaccional, financiero y comercial presente en el poroto que, por cierto, es la principal moneda fuerte presente en el Mercosur.
La soja cumple las tres funciones que tiene toda moneda: unidad de cuenta, medio de intercambio y reserva de valor. Los arrendamientos agrícolas cotizan en soja. Se pueden comprar insumos, camionetas, tractores y hasta inmuebles con soja. Y se puede ahorra en soja.
El poroto mágico que, ya sea exportado como grano o harina, se emplea en todos los confines del orbe para proveer proteínas animales a la clase media mundial emergente. Y su aceite es el insumo base del biodiesel.
La soja se emplea como alimento para alimentar aves, cerdos, vacunos y hasta peces, los cuales luego van a terminar a la cena de familias que, si bien décadas atrás se conformaban con un platito de arrocito con vegetales, ahora pueden darse el lujo de consumir proteínas animales. Y esa costumbre, pase lo que pase, ya no tiene vuelta atrás.
Cada semana miles de millones de habitantes de Asia, Medio Oriente, África y Latinoamérica pueden comer carne y lácteos gracias a la plena disponibilidad global de soja (que aporta proteínas) y cereales (energía) que conforman las raciones animales.
Argentina y Brasil, en conjunto, son los principales productores mundiales de soja. Y si sumamos a Paraguay y Uruguay (los otros dos integrantes del Mercosur) el liderazgo es inalcanzable para EE.UU., que es el segundo proveedor mundial del poroto.
La soja, es un bien aceptado y demandado en todo el mundo; un bien indispensable para el desarrollo de la civilización humana. Por ese motivo, es una moneda fuerte por sí misma, especialmente si se tiene en cuenta que desde la década del ‘70 las principales monedas del mundo son de curso forzoso, es decir, no tienen ningún respaldo tangible por detrás.
La belleza de la soja es que se trata de una moneda que se reproduce todos los años gracias al trabajo de un ejército de personas que se ocupan de producirla, transportarla y comercializarla. Depende en buena medida, cierto, de las lluvias, pero también de la destreza humana.
La gran cuestión, entonces, es responder qué estamos haciendo para tener cada vez más “moneda soja”, de manera tal de incrementar nuestra riqueza y potencialidades. Un yacimiento de petróleo o cobre, indefectiblemente, se acabará algún día. Pero las reservas soja, lejos de agotarse, pueden crecer por extensión territorial, aplicación de agroinsumos e innovación tecnológica.
Podemos, si hacemos bien la tarea, aumentarnos el sueldo como país. Ganar más dinero. Esto lo entendieron bien en Brasil, Uruguay y Paraguay, que se desviven por producir más soja, es decir, ganar más y darse así una oportunidad para vivir mejor.
Lamentablemente, no es el caso argentino, que promueve desincentivos crecientes para los encargados de producir la “moneda soja”, quienes, con las limitaciones presentes, hacen lo que pueden, que es mucho menos de lo que podrían hacer si pudiesen recibir el pleno valor de su trabajo.
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