María Fabiana Malacarne, gerenta de Asuntos Regulatorios de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), es una agrónoma apasionada por la divulgación científica. Autora de los libros “Biotecnología ¿Qué te Cuento?” y “¿Qué buena idea! Biotecnología para los más jóvenes”, publica regularmente artículos en muchos medios argentinos e internacionales. En el presente texto nos presenta a la mujer más importante de su vida, que es, por supuesto, su madre.
Una familia típica del sur de Córdoba y de mediados del siglo XX. Colonos europeos que llegaron a nuestras Pampas para hacer lo que más sabían, cultivar la tierra. Andrés, napolitano de pura cepa y Mercedes proveniente de la tierra de la zarzuela, formaron una familia con ocho hijos.
Cuando corría la segunda quincena de mayo de 1945, momento decisivo para que el mundo se encaminara hacia el final de la Segunda Guerra, María Mercedes daba a luz a su quinto retoño: Elvira, la que venía a desempatar la proporción de hombres y mujeres entre los hijos de la familia Picco-Corral y la que se transformaría, 23 años después, en mi madre.
A diferencia de sus dos hermanas mayores, que se dedicaban al cuidado de la casa y a ayudar en la crianza de los hermanos menores, Elvira colaboraba con las tareas del campo. Fue así que montar a caballo, manejar un tractor u otro vehículo no representaron problema alguno para ella. La recuerdo, con su largo y lacio cabello al viento, montando una yegua al galope hacia el lote más alejado para llevarle la merienda a mi papá que estaba sembrando.
El campo familiar era de producción mixta: ganadería (vacunos y porcinos) y agricultura. También tenían una gran huerta (había que alimentar a las diez bocas familiares y algunas más…) y un bosque frutal con perales y manzanos que les permitía hacer su propia sidra.
Su infancia y adolescencia transcurrieron de esta manera hasta que, en el año 1967, se casó con Hugo, un joven vecino al que conocía “de toda la vida”. Así se formó la familia Malacarne-Picco, con tres hijos y hoy, seis nietos y cuatro bisnietos.
En esta nueva etapa de su vida, Elvira acompañaba a su esposo en las tareas propias del campo y en la educación de sus hijos. Se levantaba a las 4:00 de la mañana para ayudar con el tambo y hacernos el desayuno para luego llevarnos a la escuela. En invierno, sus manos se lastimaban por el frío, pero a pesar de ello nos daban las caricias más suaves para confortarnos ante un dolor de panza, una gripe o simplemente para aliviar alguna rabieta. En verano, recorría los manizales y más de una vez, colaboró con el “desyuyado” a mano porque no existían alternativas de herbicidas para controlar algunas malezas.
Así nos crio y educó, con un profundo amor por la ruralidad y nuestra tierra y le costó dejar el campo para radicarse en la ciudad de Río Cuarto cuando las circunstancias así lo determinaron.
Solo por calcular algunas áreas de su contribución al campo argentino, en cuarenta años de actividad agropecuaria colaboró con la producción de
- 2500 toneladas de carne de novillo para las mesas locales y extranjeras y a la fabricación de 75.000 pares de zapatos con su cuero
- El maní para las picadas de 2 millones de argentinos
- El pan para 11.000 personas
- 1,1 millón de vasos de leche y 138 toneladas de dulce de leche para que los desayunos, meriendas o cumpleaños resultaran deliciosos
Hoy Elvira tiene 75 años y es, para mí, la mujer rural más importante. Porque es mi mamá, claro está, pero también porque me enseño a querer y valorar la actividad agropecuaria. Será por eso que abracé la agronomía ¡Gracias, mamá!