El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) presentó un amplísimo informe sobre la microbiología de los suelos en el que se alinea con las nuevas posiciones enarboladas por muchos científicos y productores, que reclaman revisar muchas de las estrategias agrícolas utilizadas en las últimas décadas, y que llevaron a un gran empobrecimiento de los suelos.
Recuerda ese informe que “el suelo es mucho más que una mezcla de arena, limo y arcilla, de material orgánico y de espacio poroso ocupado por aire y agua. De hecho, desde la década de 1950, diversos estudios se enfocaron en los más de 10.000 millones de microorganismos que viven y conviven en un gramo de suelo. Allí, es tal la diversidad que existe que se pueden encontrar organismos descomponedores, fijadores, promotores, secuestradores, mineralizadores y fundamentalmente, recicladores”.
Rodolfo Gil, investigador del INTA Castelar y director académico científico del Programa Sistema Chacras de Aapresid, en convenio con el INTA, está convencido que estos microorganismos serán protagonistas centrales de una nueva agricultura que está mucho más obligada a ser cuidadosa del medio ambiente.
“Desde lo ambiental y tecnológico, la estrategia de producción tradicional, más conocida como agricultura de laboreo o labranza convencional, se basó en modificar el ambiente, principalmente el suelo, de tal manera que la genética sembrada con la semilla, se transformara en una planta que pudiera expresar su máximo potencial de rendimiento; y ese paquete tecnológico basado en insumos impactó en las diferentes revoluciones agrícolas, que buscaron una mayor eficiencia en la producción de alimentos y en su calidad, pero también sobre las ‘salud’ de los suelos, la degradación y la erosión”, señaló el experto.
En contraposición, Gil cree que “una agricultura sostenible se construye a partir de tecnologías de procesos, adaptándolas a cada ambiente-suelo-cultivo, de tal manera que sea el sistema en su conjunto el que exprese su potencialidad con el mínimo disturbio”.
“El avance del conocimiento que alcanzó la ciencia, expande la capacidad de análisis sobre la ‘vida en el suelo’ y la proyección de la biología sobre el ecosistema”, expresó Gil quien alentó a crear un nuevo ambiente productivo tan duradero como el medio ambiente natural.
Los microorganismos del suelo tienen múltiples funciones. Algunos son promotores del crecimiento de las plantas, otros actúan como biofertilizantes, están los que pueden transformar residuos y, también, los patogénicos que afectan la salud de las plantas.
En ese marco, las bacterias y los hongos son los que se encargan de transformar y descomponer los productos químicos. El ciclo del nitrógeno, por ejemplo, se da porque determinados microbios cambian las formas orgánicas de nitrógeno al ion amonio. Otros lo cambian de amonio a nitrato y otros transforman el nitrato a nitrógeno gaseoso, que luego pasa a la atmósfera.
Gracias al avance de la biología molecular y la incorporación de nuevas herramientas, como la metagenómica, los científicos pueden entender un poco más sobre las comunidades que viven en el suelo. “Hoy también contamos con la posibilidad de secuenciar directamente los genomas de microbios, sin necesidad de cultivarlos. La metagenómica expande la capacidad de análisis de qué genes están presentes en el suelo y qué función cumplen esos genes en el ecosistema”, puntualizó el investigador del INTA.
De acuerdo con Luis Wall, investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y coordinador del estudio de indicadores biológicos de suelo en la Chacra Pergamino, “cuando hoy analizamos la biología que habita los suelos a partir de su ADN, vemos que la gran mayoría de la diversidad biológica corresponde a grupos de microorganismos muy pequeños u organismos raros. Es decir, hoy trabajamos con una biología que nos era desconocida y lo que no se ve es difícil de considerar como componente del sistema”.
Bichos de Campo entrevistó hace unas semanas a Luis Wall:
“El suelo ha sido considerado como una especie de florero, en el cual crecen las plantas y son manejadas con una idea basada de fisiología de la hidroponia”, expresó Wall, en una entrevista realizada en el marco del XXVIII Congreso virtual de Aapresid, y agregó: “Las plantas no crecen exclusivamente por el agregado de nutrientes al suelo en forma química, sino que lo hacen porque el suelo es un sistema vivo que construye la vida de la planta”.
El documento del INTA recuerda que en los últimos años se produjo una simplificación de los sistemas de producción y el cultivo de soja pasó a ocupar el 58% de la superficie agrícola. El problema fue que la mayor inclusión de soja en las rotaciones agrícolas no estuvo acompañada de un crecimiento en la superficie destinada a cultivos de invierno.
“Desde la década del 90, se produce una disminución de la diversidad (mayor proporción de soja en la rotación) y de la intensidad de las rotaciones (menor número de cultivos al año, con predominio de la soja de primera”, indicó Gil.
La propuesta de la Chacra Pergamino se centró en observar qué sucedía bajo el suelo con el monocultivo de soja y con una rotación típica de la zona núcleo, que incluye trigo, soja y maíz. “Tomamos el desafío y nos pusimos a estudiar los indicadores biológicos; al cuarto año (2015), medimos y nos encontramos con la sorpresa que cuanto más diversificada y más intensificada era la rotación, la biología del suelo explotaba y este comportamiento se consolidó con el paso del tiempo”, expresó Wall.
Estos resultados demuestran que “es posible y, ambientalmente amigable, ayudar a construir la biología del suelo. Y, lo más interesante, es que cuántos más microorganismos se pueden contemplar, mayor producción del cultivo en pie vas a lograr y, el sistema, va a generar una menor necesidad de usar agroquímicos”, destacó el investigador de la Universidad de Quilmes quien puso el foco en la importancia de la biología del suelo en los sistemas agrícolas de producción extensiva en siembra directa: “Tenerlo o no en consideración es una cuestión de qué modelo de trabajo se adopta”.