“Ha corrido mucha agua bajo el puente”, cuenta la popular frase. Así comienza a narrar sus vivencias este productor agropecuario de la localidad de Francisco Ayerza, ubicada en las afueras del partido bonaerense de Pergamino.
José Pantano tiene 76 años y no es un trabajador de campo más: Lleva sobre sus espaldas haber sobrevivido a unas de las enfermedades endemo–epidémica más peligrosas de los años 60, la Fiebre Hemorrágica Argentina (FHA), también conocida como “Mal de Rastrojos”. Se trata de una patología viral aguda grave producida por el virus Junín, transmitido por la laucha del maíz o el ratón maicero.
“No me tiene preocupado en si que el virus me puede infectar, pero si lo que se está viviendo como sociedad, económicamente y la prohibición que tenemos”
Nacido sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, con un abuelo que emigró desde Italia, y con casi ocho décadas vividas, José conoce lo que son las crisis económicas, como el Rodrigazo de 1975, la hiperinflación de 1989 y la catástrofe del 2001. Hoy le toca experimentar una cuarentena obligatoria. El mayor de los tres hermanos Pantano, en un tono pausado y sentido, confiesa que nunca pensó estar vivo para conocer el alcance de una pandemia como la que está afectando al mundo actualmente.
“No me tiene preocupado en si que el virus me puede infectar, pero si lo que se está viviendo como sociedad, económicamente, y la prohibición que tenemos”, comentó a Bichos de Campo desde su casa ubicada en una chacra de la ex estancia de la viuda de Ayerza, donde se le hace más llevadero el aislamiento preventivo contra el COVID-19.
A 150 metros de su casa se encuentra la estación Francisco Abel Ayerza, del Ferrocarril Belgrano Cargas, antes llamada “La Huerta”. Es un tradicional paraje en el que junto a su hermano Victor, su hermana Flora y su sobrino Pablo, crían gallinas ponedoras araucanas (las que ponen huevos verdes) y venden maples a pedido. También producen corderos que entregan en época de fiestas. Pero además cultivan trigo, soja, maíz y sorgo.
“Reparo herramientas y maquinaria, hago de todo un poco “, explicó José con su acento bien campero que el teléfono fijo no modificó.
El diagnóstico: Fiebre Hemorrágica Argentina
Corría el año 1972, en pleno apogeo de la siderurgia argentina. Pantano trabajaba desde hacía cuatro años como encargado de mantenimiento de la acería Lucini SA, una empresa que empleaba a 5000 personas. Comenzó con síntomas gripales, fuertes dolores musculares y fiebre.
“En esa época había muchos infectados en Pergamino y en otras provincias, era una enfermedad que se conocía por la gravedad y complicaciones que causaba”, detalla José al contar que a sus 28 años le diagnosticaron FHA.
“Me contagié trabajando en Lucini. En ese momento no sabíamos cómo se contraía”, agrega. Los síntomas se fueron agravando y lo internaron, en el Hospital de Llanura: “Allí éramos 32 pacientes y sólo 4 salimos con vida gracias al trabajo del equipo liderado por el doctor Julio Maiztegui”, recordó. El nombre de aquel médico fue el que luego recibió el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas, Julio Maiztegui, en reconocimiento a su destacado aporte científico y humano.
“En esa época había muchos infectados en Pergamino y en otras provincias, era una enfermedad que se conocía por la gravedad y complicaciones que causaba”
De encargado de planta a capturar roedores y ser enfermero
Hace 50 años, cuando el virus lo obligó a frenar y reconvertirse, José pasó a ser una persona inmune a la enfermedad. Por eso, con su consentimiento, empezó a ser donante de plasma para ayudar en los tratamientos en pacientes con FHA. “Sentía que lo tenía que hacer. Era una manera de agradecer que me salvaron”, asegura ahora. “Un año y medio después de recuperarme y durante casi dos años me venían a buscar y me traían cada tres días. Me sacaban un litro de sangre, sacaban el plasma y me reponían la sangre devuelta”, recordó.
Más tarde “comencé realizando tareas de campo de maíz, colocando tramperas para capturar roedores, muchos de los cuales estaban infectados con el virus Junín, para que puedan ser estudiados en el Instituto. Íbamos todos los días durante un mes. En la mañana retirábamos las lauchas que encontrábamos y dejábamos listas las tramperas para el día siguiente. Lo hacíamos en tres campos: uno de INTA, otro de Baumer al lado del aeroclub de Pergamino, y otro de Lavitola”, cuenta Pantano a Bichos de Campo.
“’No me hace más campo’, me dijo un día Maiztegui”, sigue su relato. A partir de ahí a José le enseñaron a hacer autopsias de “los bichitos”, como los llama. Su nueva tarea consistía en separar el virus con microscopio, ponerlos en probeta, rotular, hacer análisis y hasta a atender enfermos. “Fueron cuatro años en los que me profesionalicé cada vez más”, agrega.
“Recomiendo lo mismo que pasó en ese entonces. Cuidarse, respetar al prójimo y hacer lo que se pide, hacer nuestras actividades con todos los cuidados como corresponde hasta que la ciencia avance”
Antes de terminar la entrevista contó José cómo fue la experiencia de cumplir años en cuarentena. Fue “un 6 de abril diferente”, dice. No hubo tirón de orejas ni encuentros para celebrarlo, pero “no faltaron llamados por teléfono”. Ese lunes sus hermanos y sobrino, por tener permiso para transitar, fueron los únicos privilegiados, ya que fueron a trabajar junto a José como todos los días.
“Nunca creí, después de haber pasado lo que fue la FHA, estar vivo para contar lo que genera una pandemia”, repite. Algún recuerdo de lo experimentado a sus 28 años lo hace ser precavido y por eso nos deja una sugerencia frente al Coronavirus: “Recomiendo lo mismo que pasó en ese entonces. Cuidarse, respetar al prójimo y hacer lo que se pide, hacer nuestras actividades con todos los cuidados como corresponde hasta que la ciencia avance”.