Apenas se presenta, Cecilia Miserendino comenta: “Mi abuelo compró hace 60 años este campo para sus 2 hijos en un remate, en ‘El Tokio’ de San Antonio de Areco. El mismo queda a 15 kilómetros de la ciudad, sobre la Ruta 31, que es como aún la nombran aunque es un camino de tierra y se suele decir que fue inaugurada dos veces con asfalto. Tanto mi madre como mi tío, con sus respectivas familias trabajaron y vivieron en el campo. Durante 40 años convivimos ambas familias, hasta que un día decidieron dividir el campo. La casa en la que hoy vivo con mi familia, era el puesto de aquel momento”, indica feliz.

Cuenta Cecilia que la actividad principal era la rotación entre la agricultura y la ganadería. Luego ella se fue a estudiar agronomía en la UBA. Al recibirse, se fue de mochilera por toda Latinoamérica durante dos años, viajando y trabajando, en diferentes cultivos. Era el año 1998 cuando se concretó la división familiar del campo. De pronto, ya tenía 37 años edad, y si bien solía decir que nunca se iba a casar, en plena crisis de 2001, conoció a su actual esposo y padre de sus dos hijos, José María Sills, también agrónomo.
“Es que en plena crisis, ella no tenía mucho para elegir”, comienza con humor presentándose José y continúa contando su propia historia: “Yo también soy hijo de agricultor, de familia irlandesa, y me crié en un campo ubicado entre Duggan y Santa Coloma, al norte de Areco. Mi mamá era maestra rural en la escuelita 13 que dirigía mi tía. Cuando yo hice la primaria, éramos 36 alumnos porque los campos estaban poblados de gente, y hoy está cerrada. Después a los varones nos mandaban a una escuela agrotécnica salesiana, en Ferré, sobre la Ruta 50, pasando Pergamino. Finalmente me recibí de ingeniero en Producción Agropecuaria en la UCA de Buenos Aires y me volví a vivir a Areco”.

Continúa el agrónomo: “Empecé asesorando campos y de pronto me contrató una cerealera, en la que si bien no era vendedor, trabajé muy vinculado a la venta de agroquímicos. En ese tiempo conocí a Cecilia, en el cumple de un agrónomo en Villa Lía y empezamos una vida juntos, incluso en lo laboral. Porque trabajamos este campo familiar, agrícola y ganadero, donde vivimos y llamamos ‘Nativa Sur’, más otro campo también familiar en Entre Ríos. Además sigo asesorando a otros campos”.
“Pero yo venía con una mentalidad convencional -sigue José-, que era la que nos enseñaron en la Facultad, de usar agroquímicos, y no se me ocurría pensar de otro modo. Fue Cecilia la que empezó a cuestionarse y a hacerme ver que cada vez usábamos más herbicidas y fertilizantes, mientras que el suelo se iba erosionando”.

Recuerda Cecilia que en los primeros años del segundo milenio hizo la especialización en siembra directa y asistió a congresos. “En ese momento se hablaba de que esta forma de producir era innovadora y muy amigable con el medio ambiente. Se había instalado la idea de que el glifosato era inocuo y que resolvía todos los problemas. Pero la naturaleza es tan sabia y dinámica, que a pesar de este herbicida, encuentra sus manera para resistir”, asevera.
Agrega José: “Los suelos se fueron compactando con el correr del tiempo. En aquel entonces, la agricultura fue desplazando a la ganadería hacia terrenos de menor calidad, impulsada por el auge de la siembra directa y los bajos precios de la actividad ganadera. Lo que en ese momento nos parecía un sistema respetuoso con el medio ambiente, poco a poco nos hizo notar que cada vez fumigamos con mayor frecuencia”.
“La señal de alarma fue evidente cuando, sin darnos cuenta, el fumigador ya estaba a sólo 70 metros de nuestra casa. El gran problema de la agricultura industrial es que los procesos se han protocolizado”, asegura.
Cecilia explica que comenzó a reconocer que había un camino distinto hacia la agroecología, y que en definitiva era volver a hacer mucho de lo que hacían sus padres y tíos. José nota que si bien asesora a campos convencionales, de todos modos éstos hoy han modificado sus tareas.
Por ejemplo, dice que la gran mayoría antes llegaba a la siembra de los cultivos habiendo hecho tres aplicaciones de herbicidas, mientras que hoy, a lo sumo, hacen una sola. Señala que hay un sesgo de productivismo, que hoy en día la producción y la renta están por delante de la calidad de los alimentos que producen, cada vez más contaminados y de menor calidad nutricional.

Indica el agrónomo que por la siembra directa y la agriculturización de esta zona, se llegó al descuido de alambres, aguadas y molinos, donde hoy es difícil volver a la práctica ganadera y complementarla con la agricultura. “Esto ayudaría mucho al cuidado de nuestro principal recurso, el suelo”, señala.
Ambos coinciden y reflexionan, que el camino de la agroecología no es fácil. “En agricultura extensiva tenemos que trabajar mucho en los cultivos de cobertura, como aprender a convivir con las especies no deseables de los cultivos, la aplicación de biopreparados, y la comercialización de los productos diferenciados”.
“En nuestro caso hacemos algunos cultivos solos, o a veces consociados. Por ejemplo, ahora tenemos cebada con pastura y cebada con arveja, también centeno con vicia, trigo con tréboles, maíces de polinización abierta, en la cual guardamos la semilla, que es fruto de la adaptación al campo. Nos ha sido de gran ayuda el libro de Sergio Tolleti ‘Trascender la escasez’, en el cual reflexiona sobre conceptos muy interesantes”, sostiene José.

Cecilia comenta: “Nativa Sur es un campo de 260 hectáreas con aptitud 100% agrícola. Destinamos 60% a agricultura, y el resto a ganadería, con 150 vacas con cría. Además, hace 30 años que comemos de nuestra huerta y tenemos nuestro monte frutal orgánico”, completa la agrónoma, orgullosa de continuar con su historia familiar.
Cuenta que además integran un grupo de whatsapp de más de 100 productores que hacen agroecología, cuyo principal objetivo es el intercambio y comercialización de sus productos. Además, junto a seis personas ella fundó GruPAA, Grupo para la Promoción de la Agroecología Arequera.

Reflexiona José María: “Si bien trabajamos para obtener una renta que nos permita vivir, no todo es negocio en el campo. Es que en general se ha ido despoblando y se ha tornado un negocio financiero. Hay un camino nuevo en la comercialización de estos productos agroecológicos, como el trigo y el centeno, que es lo más fuerte que hacemos en invierno y son muy buscados por un público específico. Hemos conseguido venderles a unos jóvenes muy entusiastas, que elaboran harinas y les proveen a panaderías y casas de pastas. Estamos buscando colocar la cebada, porque no es fácil, ya que el año pasado se la tuvimos que vender a un feedlot”, lamenta.

Explica José que percibe una tendencia en los países opulentos en busca de comer alimentos sanos y equilibrados, y no tanto industrializados. Con Cecilia, hoy se abastecen de su propia carne a pasto, preparan sus mermeladas y disfrutan de vivir en el campo, porque es “su lugar, su querencia”, donde nacieron y se criaron. No dejan de soñar con que las nuevas generaciones quieran vivir como ellos y que los campos se vuelvan a poblar de familias, aunque sea con sacrificio.
Cecilia y José eligieron dedicarnos la canción “Honrar la vida”, de Eladia Blázquez, interpretada por Mercedes Sosa.




