Gran parte de la principal “fábrica de divisas” de la Argentina está inundada. Con las lluvias colosales registradas este fin de semana, el problema se agravará. El diseño de obras hidráulicas que permitan mitigar la catástrofe debería estar en los primeros lugares de la agenda pública. Pero no es el caso.
Esta semana el Banco Central (BCRA) sacrificó 1110 millones de dólares para intervenir el mercado cambiario. “Vamos a vender hasta el último dólar en el techo de la banda (cambiaria)”, expresó el ministro de Economía Luis “Toto” Caputo.
El lenguaje es importante porque la sentencia de Caputo esconde el secreto de todos los planes económicos fallidos. Los dólares que Caputo está vendiendo no pertenecen al Estado nacional, sino a todos los argentinos.
Esa divisas, junto a otros activos, son el respaldo de la base monetaria en pesos argentinos. Usar dólares para intervenir el tipo de cambio es una estafa. Puede justificarse como mecanismo circunstancial para suavizar movimientos cambiarios bruscos. Pero jamás para dictaminar cuál debería ser el valor de la moneda local.
Los dólares generados por el campo argentino son suficientes para la economía argentina. Pero no alcanzan para intervenir el tipo de cambio. Se necesita, por lo tanto, “manguear” de manera constante divisas a otras instituciones y países para financiar esa aventura que, invariablemente, termina mal.
En 2023 la mayor parte de los argentinos eligieron a Javier Milei como presidente –a Javier, no a su hermana– porque entendieron que ordenar las cuentas de la administración pública nacional es condición necesaria para poder estabilizar la economía y soñar con poder vivir en algún momento en un país normal como Brasil, Chile o Paraguay.
Ordenar las cuentas públicas es condición necesaria, pero no suficiente, porque también se requiere dejar que el valor del dólar –o del peso, como se prefiera– sea determinado por el mercado sin intervención estatal alguna.
Argentina necesita a un estadista con la lucidez y valentía del ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, quien en 1999 liberó el tipo de cambio para que los precios alcanzaran los niveles de equilibrio correspondientes. Se bancó el descalabro. Perdió las elecciones. Pero sentó las bases para que Brasil pudiese ordenar su macroeconomía y transformase en una potencia agroindustrial de orden global en apenas dos décadas.
La mala noticia es que no tenemos mucho tiempo para espabilarnos. Esta semana en el Congreso CREA 2025, que se realizó en Tecnópolis, el economista José María Fanelli explicó que el “bono demográfico” argentino tiene poco más de un década de existencia, dado que, una vez que expire, la población tenderá a envejecer y la proporción de personas con capacidad de trabajar será cada vez menor.
La mejor manera de prepararnos para ese escenario es aumentar el Producto Bruto Interno (PBI) per cápita a través de una mayor productividad y de una mayor cantidad de personas empleadas en actividades que generen valor agregado a la economía, algo que, claramente, jamás podrá lograrse con un tipo de cambio intervenido y derechos de exportación.
Irónicamente, el sueño libertario de una Argentina rebosante de dólares por grandes inversiones mineras y petroleras tampoco se cumplirá con un tipo de cambio intervenido (por más incentivos tributarios que se les concedan a ambos sectores). Nadie compra en un comercio que tiene la balanza alterada. Si pagás por un kilogramo de milanesas de nalga, querés que te den un kilo y no 800 gramos.
Con precios relativos reales y sin impuestos distorsivos, la Argentina tiene todo lo necesario para vivir de su propio trabajo sin tener que estar mendigando lastimosamente recursos en el exterior. Lo único que le falta son gobiernos convencidos de que podemos hacerlo.