Cosechadoras, enfardadoras, picadoras microensiladoras, comederos, plateas de ordeñe, sembradoras, trilladora para quinua, motocultivadoras y demás maquinaras adaptadas a la pequeña producción, son solo algunos de los artefactos que se pueden encontrar en el catálogo del taller metalúrgico AJM, ubicado en Chamical, La Rioja, y que nos acercara Carlos José Dianda.
En el catálogo dice: “Están solamente los productos que tienen mayor salida, pero también hay maquinarias que hicimos una o dos veces, por pedido, para solucionar algún problema puntual que siempre existe dentro de las múltiples actividades que llevan adelante los pequeños productores del NOA”.
Al momento de conversar con Bichos de Campo, Carlos acaba de regresar de la localidad vecina de Olta. Un amigo suyo, que tiene plantaciones de membrillo y una forrajeria, inauguró una planta de balanceados, que integra algunas maquinarias desarrolladas por AJM. En ese acto inaugural estuvo presente el gobernador Ricardo Quintela. “Estuve conversando con él sobre nuestros productos y se mostró muy interesado. Cuando uno vive esas cosas, observa que sus desarrollos son parte de algo mayor y siente que su trabajo es valorado, se renuevan las ganas de seguir, se disipan los cansancios cotidianos”, comenta orgulloso el metalúrgico.
Carlos y su hermana menor nacieron en Arequito, provincia de Santa Fe. “Mis abuelos paternos arrendaban un campo, de más de 60 hectáreas, a 8 kilómetros del pueblo. Cuando no pudieron arrendarlo más y estaban ya mayores decidieron trasladarse al pueblo. Quedó mi padre con apenas una hectárea de campo”.
“Cuando empecé la primaria mi abuelo me llevaba en sulqui, para que no faltara clase, porque los caminos eran intransitables y, el fin de semana me devolvían con mis padres. Ellos allá hacían un poco de ganadería menor, como cerdos, mi mamá con las gallinas, pavos, patos, conejos, y tenían una huerta de la que nos alimentábamos. Llevábamos cosas al pueblo para vender y así lograron comprar Ford A y hacer crecer su campito hasta 20 hectáreas”.
“Se pasaron muchas penurias en el campo, la piedra, las inundaciones, la sequía, y sufrieron mucho. Mi padre no tenía más que un tractor Pampa y empezamos con caballo a trabajar el campo cuando yo era chico, imagínate vos, ese pequeño tractor fue muy importante para nosotros, en cierto sentido marcó parte de mi vida”.
Dianda estudió la carrera de Perito Mercantil y su hermana magisterio. “Yo trabajé toda mi vida, mientras estudiaba, como carpintero, en un taller mecánico, todo lo que hacía falta para subsistir junto a mi abuela”. A los 18 años comenzó a trabajar en la parte administrativa de Aumec SA, una fábrica de cosechadoras, de Arequito, sobre la ruta 92, que destina su producción a muchas regiones agrícolas del país.
“En verdad siempre me gustaron más lo fierros que los papeles. Pasaba muchas horas después de mi turno para aprender, me ponía al lado de un tornero, de los que manejaban las máquinas. Así fui generando ideas y diseñé un compactador de residuos que fue patentado y que dio regalías por venta”.
Carlos llegó a ser responsable de la planta, del taller donde se fabricaban las cosechadoras. “En Aumec me tenían confianza y me ofrecieron ese cargo que era muy estresante, con 150 empleados”.
A partir de la Ley 22.021, de diferimiento impositivo, del año 1979, denominada “Régimen especial de franquicias tributarias”, que tenía por objeto estimular el desarrollo económico de la provincia de La Rioja, la empresa abre una fábrica en Chamical, en el año 1988. La firma se sostuvo en la provincia riojana durante 4 años y decidió cerrarla por la crisis económica general, de ese período.
“Me ofrecieron volver, pero yo me quedé con mi familia, en Chamical precisamente, porque vimos la necesidad de prestar servicios metalúrgicos, de fabricar máquinas para la gente de acá que hacía todas las tareas a mano. Observé que había un sector que demandaba tecnologías sin atender, por eso, con 30 años, y una familia muy joven, decidimos quedarnos y apostar a este proyecto que ya tiene más de 37 años”.
“Así que aprendí, todo sobre tornería, soldadura, todo eso, y siempre me gustó crear, y empecé a desarrollar máquinas para solucionar los problemas a la gente. Sin el apoyo de mi señora esto hubiera sido imposible, dos hijos pequeños, vendimos lo que teníamos para iniciar aquí, luego nació nuestra hija. Todo fue creciendo de a poco”.
La Rioja, a groso modo, tiene dos zonas productivas que son divididas por la Sierra del Velazco. A la región sudoeste se la conoce como los “llanos riojanos” donde se desarrolla la actividad ganadera bovina y caprina, en ese orden de importancia. La primera es llevada adelante por grandes, medianos y pequeños productores, mientras que la caprina es, casi exclusivamente, manejada por los pequeños.
También, cerca de la capital y de Aimogasta, se desarrolla la producción olivícola, de jojoba y de aromáticas como el comino. Por su parte, en la región del noroeste, predomina la producción agrícola de olivos, vides, nogales y frutas de carozo, principalmente.
“En todo el NOA no había maquinaria para los pequeños productores que tienen un cuarto, media hectárea de alfalfa, o sus pequeñas tropas o majadas. Entonces comenzamos a reproducir algunos modelos que tienen las grandes empresas y las adaptamos a escalas mucho más pequeñas”.
“Si en la pampa se hacen grandes silobolsas, nosotros desarrollamos maquinarias para elaborar micro silos con bolsas. Si existen grandes enfardadoras, nosotros desarrollamos una pequeña enfardadora manual que no necesita nada más que ganas de trabajar y una guadaña a mano o una moto guadaña, y con eso puede hacer media hectárea de alfalfa, tranquilamente”.
La idea central de AJM es mejorar los productos de la agricultura familiar a partir del valor agregado. Pero también buscan mejorar las condiciones productivas, reduciendo costos y tiempos, mejorando la salubridad, la comercialización, el bienestar de los productores, ampliar las posibilidades de las múltiples actividades que realizan los agricultores familiares.
“La enfardadora es uno de los caballitos de batalla que tenemos, que hemos vendido por todo el país, en Bolivia, en Paraguay, e inclusive, hasta nos la han solicitado desde Arabia Saudita, Francia e Italia. La enfardadora parece una pavada, pero que tiene su secreto”, hace mención Carlos, sobre uno de sus desarrollos preferidos.
“Fuera de ese catálogo hemos inventado un montón de máquinas que no están en una línea de producción. Es decir, una máquina de enterrar mangueras, una máquina para enrollar el alambre usado, ni me acuerdo la cantidad de artefactos que hemos hecho a partir de demandas y pedidos. Por suerte tenemos tornería, soldaduras de todo tipo, plegadoras, máquinas de corte y mucha inventiva, lo que nos permite ofrecer soluciones tecnológicas para el agro y la industria, como dice nuestro lema”.
El sector de la pequeña ganadería también orienta los desarrollos de AJM. A principios del 2000 fabricaron una unidad de faenamiento móvil de 8 metros de largo, que se remolcaba con un camión que tenía sistema de frío, a las zonas más alejadas, donde no existe suministro de energía eléctrica.
“Nos interesa que se le de valor a los que se produce. Aquí, por lo general, vienen los cabriteros de Córdoba y se llevan el animal a pie, haciéndolo pasar como animales de Quilino. Con esta propuesta se pueden faenar más de 300 cabritos por día, con las condiciones adecuadas, con una zona sucia para la faena, una intermedia para el desposte, y una cámara limpia de oreo. Los efluentes son almacenados para su tratamiento”.
Otros desarrollos son para los productores de leche. Cuando abrió un tambo caprino en Cruz del Eje y, para poder venderles la leche se necesitan buenas condiciones de salubridad e higiene, en el taller “empezamos a fabricar unas plateas de ordeñe para asegurar correctas condiciones sanitarias. Ahí van surgiendo las cosas y vamos andando”.
AJM es una empresa familiar, de hecho, su nombre deriva de las siglas de los hijos y de su esposa. Al igual que los vaivenes del país, AJM tuvo momentos de mucho crecimiento, con más de 15 trabajadores empleados y, hoy, apenas cuenta con un par de personas. Los hijos se formaron en el taller, aprendiendo el oficio. Los dos varones abrieron un taller en la ciudad capital y, su única hija, además de ser enfermera, administra todos los talleres. “Hoy no da para mucho más”, se lamenta Dianda.
“Argentina tiene un problema que otros países lo han resuelto y es que está diseñada para los grandes productores, pero no para los pequeños. Vas al interior de La Rioja o de cualquier provincia y aparecen las necesidades”, describe el fabricante.
Y explica: “Me nace tratar de resolver los problemas que surgen del trabajo con la tierra. Veo a un productor con un mortero, rompiendo el algarrobo para hacer harina, y llego, al otro mes, con un molino que utiliza muy poca energía eléctrica, que está hecha con un motor muy chiquitito. O ves a una artesana que vende dulces de membrillo y procesa 50 kilos por día y, con una sencilla máquina, hoy procesa 300 kilos por día”.
“Esto, entiendo, es lo que me da aliento para seguir trabajando, viendo que la gente puede mejorar su economía y cambiar la economía de la región, con simples máquinas que no tienen un valor económico tan grande, y que, con un poquito más de cabeza, puede ayudar a producir un poco más y de mejor forma”.