-Pero, ¡mirá a la seño Pepi vendiendo alcohol!
Ángela Vives se ríe bajito, entrega la botella y le da un beso al comprador, que es uno de sus tantos ex alumnos que la conocen de la época de tiza, pizarrón y recreos. Pero ahora, y desde que en 2012 se jubiló, a la “seño” la conocen en otro rol: el de productora frutícola y de elaboradora de sidra de manzana y de pera (según el código alimentario es “perada” pero acá le decimos sidra).
Todo esto ocurre en una chacra en la localidad de Plottier, provincia de Neuquén. “Este terreno lo compraron mis abuelos en 1930, originariamente eran 50 hectáreas pero se fue dividiendo y yo heredé nueve”, cuenta Ángela y cuyo sobrenombre es Pepi. “Yo me crié en este lugar y si bien me casé muy joven y me fui a la capital, siempre estuve en contacto, siempre volvía, siempre pasaba tiempo en la chacra porque estaban mis padres”.
Sus abuelos, pioneros de la región, lo primero que tuvieron que hacer fue desmontar y preparar el lugar para hacer agricultura. Empezaron produciendo semillas de rúcula (y pensar que en la ciudad uno cree que la rúcula es “nueva”) que embolsaban y mandaban a Buenos Aires con el ferrocarril, junto con los fardos de alfalfa. Luego, vinieron los típicos frutales de la zona: peras y manzanas. “Mis abuelos contaban que fue muy difícil, el viento era terrible, les volteaba las plantas y les mataba gallinas”, recuerda Ángela que un día le tocó hacerse cargo del predio familiar y lo encaró con todo el amor del mundo.
“Uno piensa que los padres siempre van a estar pero no es así”, reflexiona. “Cuando eso ocurrió les pedí a mis tíos que no dejaran caer la chacra, pero luego fallecieron ellos también y me senté a pensar cómo seguir”. Fue un momento complicado porque como maestra trabajaba doble turno, así que solo podía ir los fines de semana, pero estaba empeñada en que la tierra siguiera produciendo”.
“Nunca se me pasó por la cabeza vender ni lotear, a pesar de que es muy duro sobrevivir para los pequeños productores porque exportar no podemos, vender local también se complica y encima la industria del petróleo nos acorrala porque como a la zona viene mucha gente a vivir, faltan casas y barrios, entonces está la tentación de vender”, explica.
“Al mismo tiempo, los barrios van en contra de la producción porque se tapan canales, los vecinos tiran basura, los autos pasan a toda velocidad y la polvareda cubre las plantas, que se ven afectadas por ejemplo con la arañuela, una enfermedad que se propaga con la tierra… En fin, por momentos siento que hay una gran contradicción porque por un lado se defiende la producción al dar capacitaciones o créditos, pero se contrapone con los loteos y los barrios”.
Al principio parecía imposible: Ángela trabajaba a pérdida, primero poniendo su sueldo y luego la jubilación para la chacra.
¿Por qué los números no le cerraban? Ella lo explica así: “Acá en Plottier no queda galpón de empaque ni fábrica de jugos, así que me tengo que ir a Centenario o a Rio Negro pero está muy lejos y con el flete no rinde”, detalla.
“Además, el problema es que el productor primario vende sin precio, te dicen ´después vemos, no se sabe cuánto va a valer´ y uno entrega su producción, que encima pagan a cuentagotas. A esto se le suma el famoso ´descarte´ que uno como productor no lo ve, no te lo devuelven ni te lo pagan. Es imposible producir así porque muchas veces lo que recibimos es menos de los costos que tenemos para producir”.
Ante este panorama, Ángela empezó a buscar alternativas. En el Puesto de Capacitación Profesional Agropecuario (un sistema de educación provincial y gratuito), hizo cursos de deshidratado, de conservas, de dulces y hasta de reproducción de aromáticas. Todo le gustaba pero no se decidía, hasta que hubo una capacitación en elaboración de sidra en 2017 y ese fue el clic: “Es esto”, pensó. “Así puedo darle valor agregado a mi materia prima y hasta tengo lugar para hacer la fábrica”.
Sin embargo, había un detalle: la manzana que ella estaba produciendo era la Royal Gala, una variedad no tradicional para la sidra por no tener la acidez necesaria. “Pero era lo que había, así que arranqué y produjimos 130 litros”, recuerda. “Y como a la familia, amigos y a todos los que probaron les encantó, decidí ir por este camino”.
Al poco tiempo llegó la pandemia que, como para muchos, fue un quiebre: perdió toda la producción de 2020 por no poder ir al lugar donde realizaba la elaboración, y recién retomó en 2021.
Hoy, con 5 hectáreas de peras y manzanas, produce 2.000 litros entre sidra de manzana y perada. Y este año tiene planificado aumentar la cantidad de litros para ocupar así toda la producción frutícola y no vender nada en fresco.
Aparte, hay demanda: si bien cuando empezó el producto era muy estacional, ahora le piden todo el año y si no aumenta la producción se queda rápido sin sida y sin espumante. En cuanto a rindes, necesita dos kilos de manzana para un litro de sidra y 3 de pera para un litro de perada.
“Las sidras, que tienen una sola fermentación y son carbonatadas artificialmente las vendemos en latas de 473 mililitros, mientras que los espumantes, que poseen 2 fermentaciones y gasificación natural, salen en botella”, explica. “Utilizo el método champenoise que es muy artesanal y lleva su tiempo: empiezo en febrero con la cosecha y recién se vende en diciembre; lo que me da tranquilidad es que cuento una materia prima de primera calidad, así que tengo garantizado un buen producto final”.
Aunque le gustaría, Ángela no vive en el lugar donde tiene la producción porque la parte que heredó no incluía casa y al momento de hacer cuentas, priorizó la construcción de la fábrica.
“Amo mucho este lugar, siento que es una dicha poder honrar a mis ancestros, que fueron agricultores”, describe. “Y también pasa algo muy lindo con mis hijos, que antes me decían ´yo no voy a poner la plata que vos pones en la chacra´ pero ahora están entusiasmados porque ven que se puede hacer otra cosa y darle valor agregado a las peras y las manzanas”.
“Mis abuelos fueron pioneros agricultores en Plottier y yo soy la primera persona que hace sidra en la zona, esto me da mucha felicidad”, resume Ángela. “Trabajo con tanto entusiasmo que no soy consciente de todo lo logrado, hasta que la familia o los amigos lo señalan y ahí recién lo puedo ver con más claridad”.