En los últimos tiempos tomó fuerza la idea de que el sector ganadero es nocivo con el ambiente. Parte de la discusión está dada por una visión que pone a las vacas en el centro de la tormenta, debido a las emisiones que generan sus procesos naturales, cuyos gases se elevan contribuyendo al calentamiento global.
Conforme creció este concepto, fueron creciendo a la par ideas que contradecían este postulado, y se comenzó a poner en duda el rol perjudicial de la producción de carne. Investigadores de la talla de Ernesto Viglizzo suelen afirmar que el problema no son las vacas, y que hay que poner el ojo en otras actividades que embroman al planeta mucho más que la producción de comida.
Sin embargo, hay quienes afirman que no solo que las vacas no contaminan mucho, sino que no contaminan, o que la actividad ganadera es capaz de producir carne y a su vez secuestrar carbono, principal enemigo de la salud planetaria.
Rodolfo Bongiovanni, investigador el INTA Manfredi es uno de los exponentes de esta idea, y hace poco disertó en el Congreso Ganadero que organiza la Sociedad Rural de Rosario. “Más kilos con menos emisiones” fue el tópico de su charla, donde se resume de manera simple un desafío complejo, pero posible. Uno que involucra no solo a la producción de carne, sino también a las exigencias ambientales de los mercados internacionales y a la creciente preocupación de los consumidores.
“No hay que quedarse con eso de que las vacas son malas o buenas. Las vacas son rumiantes, y todo rumiante emite metano por fermentación entérica. Eso naturalmente ocurre y no hay forma de controlarlo. Lo que sí podemos hacer es estabilizarlo, reducir el tiempo de emisión y ser más eficientes. Y a través del sistema de producción, podemos compensar esas emisiones con secuestro de carbono, por ejemplo, en sistemas silvopastoriles, pasturas o bosques nativos”, dijo Bongiovanni.
Según explicó el investigador, entre el 80 y 85% de las emisiones de gases de efecto invernadero en la ganadería provienen justamente del metano generado en el rumen de los animales. Pero la eficiencia del sistema argentino marca una diferencia sustancial con respecto a otros países.
“No es lo mismo producir carne en Argentina que producir en Asia o África, donde los animales tardan cuatro o cinco años en alcanzar el peso final. Acá lo hacemos en menos de dos años. Eso nos da una huella de carbono que es, aproximadamente, la mitad de lo que se publica internacionalmente”, indicó. Mientras que los valores globales estiman alrededor de 100 kilos de dióxido de carbono por cada kilo de carne al consumidor, en Argentina esa cifra está entre los 30 y 40 kilos.
Y hay más: “En sistemas silvopastoriles, en los pastizales, en zonas con bosque nativo o con pastizales naturales, tenemos algo de secuestro de carbono que ayuda a compensar esa huella. Hay que restarle unos 10 kilos por kilo de carne al consumidor. Eso es importante al momento de certificar”.
Esa certificación, sin embargo, no la otorga el INTA. Lo que hace el organismo, en conjunto con el INTI y a través de convenios con empresas privadas o asociaciones, es realizar estudios de impacto ambiental. El más común es el de huella de carbono, pero también desarrollan la llamada “declaración ambiental de producto”, que evalúa ocho impactos ambientales distintos.
“Esa declaración ambiental de producto es lo que requiere la Unión Europea como norma voluntaria para el valor agregado ambiental. Es información que se le brinda a un nicho de consumidores preocupados por el ambiente, que están dispuestos a pagar un sobreprecio por un producto sostenible”, explicó Bongiovanni.
En este punto, el investigador introdujo una reflexión más amplia sobre el vínculo entre el productor y el consumidor: “La sostenibilidad es la confianza que se rompió en algún momento. Antes, en los pueblos, todo lo que pasaba en el campo tenía reflejo en la comunidad. Eso hoy no ocurre. En las grandes ciudades hay desconfianza: las hormonas, los agroquímicos, el maltrato animal, las emisiones… Entonces, este tipo de estudios busca dar trazabilidad, transparencia, para recuperar esa confianza, dándole al consumidor información. A veces hay un sobreprecio, a veces es marketing, a veces es prestigio. Pero se trata de presentar bien un producto”.
Mirá la entrevista completa con Rodolfo Bongiovanni:
¿Es posible entonces aumentar la producción sin aumentar las emisiones? Bongiovanni no dudó: “Hay estudios del INTA que demuestran que, en un manejo silvopastoril, no solo se pueden compensar las emisiones, sino que también se puede producir carne con huella negativa”.
Y citó ejemplos concretos: “Frigorífico Juramento, en el norte, certificó que produce carne con huella negativa. La carne de Las Lilas fue embarcada a Asia con certificación carbono neutral. En Brasil tienen carne carbono cero. En Uruguay ya se exportó a Europa carne carbono neutral”.
La lógica es simple, si se la entiende con números: “Por cada kilo de peso vivo se emiten, aproximadamente, 10 kilos de dióxido de carbono. Si produzco 100 kilos de carne por hectárea, estoy emitiendo una tonelada por hectárea. Si, al mismo tiempo, tengo un sistema natural que me permite secuestrar una tonelada por hectárea, entonces logro una carne carbono neutral”.
¿Es factible? Según Bongiovanni, sí. “Es posible. Todos los manejos regenerativos, los sistemas silvopastoriles, las pasturas perennes permiten alcanzar eso. Inclusive, desde lo económico, cuanto más eficiente soy para lograr un kilo de peso vivo en el menor tiempo posible, menor va a ser el impacto ambiental”.
Finalmente, ¿hay interés real en el sector por avanzar en esta dirección? “Sí, hay mucho interés. Muchos productores nos contactan para hacer los estudios, algunos van por la certificación, otros se quedan con el diagnóstico. Hay interés tanto en la huella de carbono del producto como en los bonos de carbono a nivel del suelo. Son protocolos distintos, pero hay demanda por ambos lados”.