Argentina acaba de sufrir un ataque y a ningún integrante de la supuesta clase dirigente parece importarle. Al no tratarse de una agresión bélica, no es factible –por fortuna– lamentar pérdidas de vidas humanas. Pero eso no quiere decir que no habrá legiones de heridos.
Con la estrategia propia de un matón de barrio, el presidente Donald Trump está forzando a muchas naciones del mundo –con excepción de China que tiene con qué hacerle frente– a incrementar las importaciones de productos estadounidenses con el propósito de reducir el déficit comercial que EE.UU. mantiene con la mayor de las naciones del orbe.
Las razones de esa estrategia están sustentadas en la certeza de que el imperio comenzó una fase progresiva de declive en la cual el dólar estadounidense tenderá a perder su rol protagónico como referente monetario de orden global.
Si se observan las acciones de Trump con el “lente” del presente, las mismas resultan inauditas y hasta pueden lucir estúpidas (¿quién necesita exportar más cuando tiene la máquina de imprimir dólares?). Pero cuando se observan los hechos en función del devenir histórico, entonces todo queda bastante más claro.
¿Trump está loco? ¡No! Sólo está intentando que EE.UU. no se transforme en un país latinoamericano
La cuestión es que en esa estrategia Trump se metió con Vietnam e India, dos naciones clave para el sector agroexportador argentino. Si el presidente de EE.UU. logra incrementar a la fuerza las exportaciones agroindustriales estadounidenses destinadas a esas naciones –entre otras–, lo hará a costa de que los países del Mercosur, con la Argentina a la cabeza, resignen embarques hacia esos mercados.
Ese fenómeno, en términos concretos, representa un “ataque” de EE.UU. hacia el Mercosur, ya que el acceso a mercados clave se está promoviendo por amenazas de orden político y no por acuerdos comerciales o eficiencias económicas o logísticas.
La mejor manera de defenderse de ese atropello es por medio de Tratados de Libre Comercio –una enorme deuda pendiente del Mercosur, bloque que sólo tiene TLC con Israel y Egipto–, así como por un acercamiento estratégico a la potencia emergente –China–, tal como vienen instrumentando Brasil, Uruguay y Chile.
Argentina, en cambio, se encuentra a la deriva al respecto, mirando la realidad a través de una TV de rayos catódicos y, como es usual, muy probablemente terminará de comprender la magnitud del problema en ciernes cuando los efectos perniciosos le estallen en la cara.
Lo más triste es que lo que estamos explicando en estas líneas se percibirá seguramente como un “conflicto sectorial”, algo así como “que se jodan los del campo, siempre llorando”, cuando el agro representa alrededor del 80% de las divisas genuinas ingresadas a la economía argentina por la vía comercial y no existe ningún otro rubro que pueda reemplazarlo al menos en la próxima década.
Por ende, si Trump jodió a los exportadores argentinos de maíz y productos del complejo sojero, entonces no está jodiendo a todos los argentinos. Y si no lo creen, bueno, en ese caso compren pochoclo y prepárense para ver la película (de terror).