Desde principios de siglo la región este de Salta viene atravesando un profundo cambio en su matriz productiva. A principios de los 2000, con los precios de las commodities por las nubes, los productores se volcaron al proceso de agriculturización intensiva, sembrando principalmente soja, maíz y legumbres.
Este proceso se gestó en paralelo en muchísimas regiones del país, y encontró en la zona núcleo pampeana, su epicentro. Allí, por suelos, precipitaciones, clima, cercanía a los puertos y a las industrias, fue un gran negocio para los agricultores.
En Salta también ocurrió esto, pero para los del norte había un pesado lastre: la lejanía a los puertos y la posterior instauración de derechos de exportación (retenciones), hicieron que sea necesario pensar en nuevos modelos.
Las Lajitas, en el este salteño, es quizá el epicentro de este proceso productivo. Allí, Joaquín Elizalde, que es productor y presidente de la Sociedad Rural de Salta, explicó a Bichos de Campo como es que las condiciones adversas, hicieron que haya que integrarse a la industria, y buscar alternativas productivas pero también comerciales y salir a buscar mercados externos. A esto lo llamó “crecer horizontal y verticalmente”: Las adversidades obligaron a crecer en hectáreas pero también en los procesos para exportar productos terminados.
“Soy Productor agrícola. Nos hemos transformado en los últimos años en más de especialidades, que de commodities. Ya en los últimos 15 años hemos tenido una gran transformación. También hacemos ganadería de carne. Hace unos años empezamos un proyecto intensivo de nuez de pecán”, explica Elizalde su caso, donde según explica, hoy siembran más de 14 variedades de cultivos.
Para usar de caso testigo, Elizalde narra: “Nosotros estamos hace casi 50 años en la zona con mi padre, que vino acá y no había nada. Esto se desarrolló todo de cero. Básicamente había mucho monte y empezó a venir gente con ganas de trabajar y a desarrollar. Así fue que empezaron a llegar empresas. Primero haciendo carbón, haciendo leña, haciendo un poco de tabaco. Después empezó a aparecer la ganadería, empezó a aparecer la soja. Y así fue, a partir del 2001, 2002 o un poquito antes también, que se empezó a desarrollar mucha agricultura extensiva. Hubo un crecimiento muy grande del área agrícola. Hablo de Lajitas, pero son Las Lajitas, Joaquín González, Apolinario Saravia, Pizarro, Anta, San Martín, Orán. En esos años, después del 2002, 2003, era mucho maíz y soja y obviamente algo de trigo, o cártamo en invierno, pero eso siempre se usó mucho de cobertura”.
A ese proceso de agriculturización o “sojización”, se le añadió el de cultivos de especialidades, debido a los altos costos que tenían que enfrentar los salteños. Retenciones y lejía obligó a transformarse: “Empezamos a incursionar en algunas especialidades. Empezamos a ver algunos mercados, empezamos con un poquito de chía, empezamos con un poquito de sésamo. Empezamos con maíz pisingallo, que se hacía poco. Los ambientes nos daban más para hacer especialidades que para hacer soja. Con la soja estábamos muy expuestos por lo que todo lo que tiene que ver con retenciones. Empezó a bajar el precio, no era rentable y nos fuimos integrando en la cadena. Empezamos a armar plantas de proceso para la exportación. Nos asociamos con una empresa de afuera para empezar a exportar directamente. Había un margen grande entre lo que vendían los productores y lo que era el producto final afuera”.
De acuerdo a lo que el salteño entiende, hubo que pensar en algo más que en producir. “Nosotros podíamos crecer horizontalmente, que también lo hicimos, y también podíamos crecer verticalmente y lo hicimos también de esa manera, ya integrándonos con plantas de proceso, con muchas normas, con muchas exigencias. Y ya empezando con la exportación, llevando los productos afuera. Eso la verdad que a nosotros nos abrió un abanico de otros productos, porque había demanda, porque nos íbamos enterando de otras producciones que querían, que había necesidad. Y bueno, íbamos probando”.
Mirá la entrevista completa con Joaquín Elizalde:
Elizalde terminó procesando sésamo, chía y ocho variedades distintas de porotos, entre ellos los más tradicionales —como el negro, el alubia o el colorado— pero también otros más exóticos, como el adzuki, el black eyed y el mungo.
“Hoy la empresa siembra un abanico de casi 14 cultivos entre verano e invierno. Salimos del soja-maíz-soja-maíz a tener un abanico, viendo bien por ambiente, por lote, si vale la pena la siembra o no. La verdad que hoy se hace muy responsable eso. Somos muy responsables en no perder plata, obviamente, en no tirar la plata”, explica el productor.
El cambio no fue producto de una moda, sino de una necesidad. Y como suele pasar en el campo, la necesidad fue generando virtudes. “Nos hizo bien, porque fuimos integrándonos”, reconoce. Con el paso del tiempo, el monocultivo quedó atrás. La rotación ya no es solo un ideal técnico, sino una práctica concreta.
“Para nosotros terminó. Tenés zonas o productores que lo siguen haciendo y les va bien, no tiene nada de malo. Mientras se cumpla con la rotación y se incorpore el maíz y alguna pastura en el medio, está perfecto. Eso hizo que cada vez haya más maíz. El maíz se fue transformando en carne. En un momento, acá en Salta, valía más el flete para mandarlo a puerto que el producto en sí. Eso nos obligó a ponerle cabeza, a transformar. Hay muchos feedlots importantes, hay granjas de cerdo, de pollo”, cuenta Joaquín.
Sin tren, sin salida por Chile y con las distancias que separan al NOA de los grandes puertos del país, no quedó otra que reconvertir. “El salteño, o la gente en general del NOA, le pone cabeza y transforma la mercadería. Porque no nos queda otra”, resume.
Pero no todo fue sencillo. El escenario macroeconómico de los últimos años, con cambios abruptos en las reglas del juego, sumado a precios internacionales en baja y costos internos cada vez más altos, puso en duda muchas certezas. Aun así, este productor sostiene que Salta sigue siendo productiva.
“La verdad que justo en la zona donde estamos nosotros, este año hemos tenido lluvias, nos va bien. Obviamente que cada empresa y cada productor ve los márgenes y evalúa qué cultivo sembrar y cuál no, qué le sirve y qué no. Y sí, hay márgenes que dan”, asegura. Aunque reconoce que son más ajustados que los de la Pampa Húmeda, marca una diferencia interesante: “Se cree que por estar en la Pampa Húmeda tienen muchos mejores resultados, pero no es tan así. A veces nosotros tenemos buenos resultados porque gastamos menos. Ellos tienen altos costos, como el arriendo, que por ahí nosotros no tenemos”.
También destaca que el uso de fertilizantes aún es limitado en la región, lo que reduce costos, aunque admite que algunas empresas ya están comenzando a adoptarlos. Y ahí surge otro reclamo: el escaso avance en el mejoramiento genético. “Insistimos mucho con lo que es semilla. Argentina está muy quedada en mejoramiento genético. Y esa siempre fue una pelea que vino desde el norte hacia el sur”.
Pero el gran cuello de botella sigue siendo el de siempre: infraestructura y logística. “Totalmente. El tren está empezando a trabajar ahora, de a poco. Se hizo una obra muy importante en mantenimiento de vías, pero falta mucho. Necesitamos mejores rutas. Las que tenemos son un desastre, cada vez peores, porque se hace poco o nulo mantenimiento”.
En el mismo sentido, señala la falta de desarrollo industrial. “Te hablo de industria frigorífica. En la provincia casi no tenemos, hay muy poco. Se faena mucho en Tucumán y Jujuy. Hay mucho para crecer, hay mucho potencial”.
Aun así, la mirada ambiental también pesa, y mucho. “Hace poquito se realizó el ordenamiento de bosques nativos. La provincia, muy responsablemente, tiene para crecer. Sabemos que el ambientalismo y el mundo nos están mirando. Y eso nos hace trabajar de otra manera. No somos caníbales que tenemos ganas de hacer cualquier cosa. Al contrario, nos damos cuenta que nuestro bien más preciado es el suelo. Y sobre todo, que tenemos una responsabilidad hacia otras generaciones. Lo queremos cuidar”.
La charla da un giro inesperado cuando se menciona un cultivo inusual para la región: la nuez pecán. Sí, nuez pecán en Salta. A simple vista, parece una rareza. Pero detrás hay una lógica, un razonamiento productivo que sigue el mismo patrón que con los porotos o el sésamo.
“Tenemos una zona del campo donde teníamos riego y no lo estábamos aprovechando del todo. Probamos distintas cosas en invierno, en verano, y no estábamos del todo convencidos. En un momento, a través de la demanda externa de frutos secos que nos llega, dijimos: ¿y por qué no empezamos nosotros a producir acá que lo estamos subutilizando?”, cuenta.
Y así nació la apuesta: una inversión a cinco años, con financiamiento y con la esperanza puesta en un cultivo de largo plazo, lejos de la lógica del rinde inmediato. “El pecán es un superfood, está muy de moda y tiene mucho para crecer. Este año tenemos que empezar con las primeras cosechas. También queremos poner una planta para secar, descascarar y exportar. Es un producto nuevo, es distinto. Es otra mirada porque es de largo plazo. Es algo que nos va a dar frutos y retorno más adelante. Pero estamos contentos y entusiasmados”.