Las Lajitas, Salta. En pleno corazón productivo del NOA, donde el avance agrícola de las últimas décadas dejó su huella en forma de soja sobre soja, comienzan a emerger con fuerza los efectos invisibles pero persistentes del monocultivo: pérdida de estructura, escasa diversidad biológica y suelos cada vez menos resilientes.
Carolina Pérez Brandán, investigadora del INTA Salta y del CONICET, especializada en microbiología de suelos, lleva años estudiando el impacto de este modelo en la región. Su diagnóstico es claro: “Vemos el efecto que tiene el monocultivo sobre ciertos parámetros, entre ellos algunos parámetros químicos, físicos y de diversidad microbiana”.
Cuando habla de monocultivo, se refiere a la continuidad ininterrumpida de un solo cultivo –en este caso, la soja– durante varios años sobre el mismo lote. Este sistema, explica, “genera una homogeneización de la vida en el suelo”, con consecuencias que van desde la pérdida de agregados estructurales hasta la proliferación de enfermedades.
“Lo que sucede es que predomina una sola especie vegetal, con el mismo sistema radicular, que año tras año excreta los mismos compuestos al suelo. Eso empobrece la diversidad biológica, lo cual afecta negativamente los ciclos naturales que hacen al funcionamiento del suelo”, señala Pérez Brandán.
La pérdida de diversidad microbiana, según la especialista, se traduce en suelos menos capaces de liberar nutrientes, menos estructurados y más vulnerables a patógenos. “Atentamos contra la biodiversidad y predominan aquellos organismos que no son los deseados, los que no buscamos promover como productores”, advierte.
Frente a este escenario, la solución técnica está clara: diversificación. Incorporar rotaciones, cultivos de servicio y coberturas vegetales puede devolverle al suelo la variedad de compuestos orgánicos que necesita para recuperar su actividad biológica. “En términos simples: si siempre te dan de comer lo mismo, a la larga tu salud se resiente. Con el suelo pasa lo mismo. Tenemos que darle ‘comida’ variada a la biología del suelo”, explica.
Mirá la entrevista completa con Carolina Pérez Brandán:
Esa “comida” diversa estimula el funcionamiento de los ciclos biogeoquímicos, que son claves para la disponibilidad de nutrientes. Es decir, cuidar el suelo no es solo un imperativo ambiental, también lo es económico: “Si promovemos mayor actividad en el suelo, vamos a tener mejores rendimientos y una mejor aptitud del suelo para el futuro”.
¿Está este cambio de enfoque ya instalado entre los productores? Según Pérez Brandán, el proceso está en marcha, aunque aún queda camino por recorrer. “Antes veíamos el suelo solamente como una fuente de nutrientes químicos. Hoy entendemos que esos nutrientes están disponibles gracias a la vida que hay en el suelo. Y esa vida hay que cuidarla”.
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Cada vez más productores, asegura, están incorporando esta mirada integral. Pero se trata de una transición que requiere capacitación, conciencia y tiempo. “Estamos en vías de que sea un proceso que se va a agigantar más y que se va a visualizar más en un futuro”, concluye.