El mejor marketing que puede tener el sector agroalimentario es el “boca a boca”. Lo que sucedió con la yerba mate en Siria es un caso de estudio al respecto.
Pero lo que en su momento se logró a través de la inmigración, en la actualidad se puede fomentar a través del turismo, ya que visitantes extranjeros pueden convertirse en “embajadores” de productos locales en sus respectivos países.
Recuerdo estar viajando en avión con un grupo de mexicanos que, luego de pasar sus vacaciones en la Argentina, aseguraban, mientras charlaban entre ellos, haberse “enamorado de las empanadas”, seguramente acompañadas por una copa de vino tinto.
Los activos naturales y culturales presentes en la Argentina son fantásticos, pero en las últimas décadas el sector turístico no deja de representar una sangría constante de divisas, cuando podría, con algo de ayuda, convertirse en una fuente de generación de riqueza.
Está claro que, tal como sucedió durante los inicios de los ’90 con la convertibilidad, se requiere un marcado proceso de apreciación cambiaria para frenar de seco un descalabro inflacionario. Es doloroso para los sectores exportadores. Pero más doloroso sería el caos promovido por la híperinflación.
El problema es que, una vez finalizada la “cirugía mayor”, el equipo económico del gobierno nacional ha manifestado su intención de mantener –incluso con intervención oficial– un tipo de cambio apreciado. Y eso constituye un problema.
En una nación como la Argentina, localizada en el “fin del mundo”, con una población muy reducida en función del territorio disponible y con una gran oferta concreta y potencial de productos agroindustriales, energéticos y minerales, pero también con un enorme capital intelectual, el diseño más apropiado consiste en establecer un tipo de cambio depreciado.
Un tipo de cambio apreciado representa, seguramente, un entorno ideal para aquellos que viven de los negocios financieros, pero es una pésima noticia para la gran mayoría de los argentinos que se ganan la vida en la economía real (especialmente los más necesitados).
Un tipo de cambio depreciado, además de “premiar” a los exportadores y los que logren sustituir importaciones de manera genuina, es un imán para traer al país a futuros “embajadores” de alimentos argentinos en diferentes países del mundo.
Las cifras oficiales muestran con crudeza que la cantidad de “embajadores” de alimentos argentinos que ingresan al país ni siquiera llega a compensar la cifra de turistas argentinos que viajan al exterior, lo que significa un fracaso estrepitoso porque la Argentina dispone de atractivos suficientes para multiplicar la cantidad de visitantes. Lo que falta son las condiciones adecuadas para que eso suceda.
Tenemos además a un “loco” de presidente, quien, al hacerse mundialmente famoso, representa un activo enorme al momento de posicionar al país en el mercado turístico global. Sólo nos falta la “locura” de animarse a liberar la cotización del dólar para que refleje su auténtico valor y no el precio fijado por un burócrata.
Saluden al “dólar exportador” que se va ¿Qué implica eso para el agro?