Marcos O’Farrell es músico, guitarrista y compositor, cultor de la música surera de la provincia de Buenos Aires y de las costumbres gauchescas, pero con la peculiaridad de que lleva cuatro años viviendo en Francia.
No es que se fue, como tantos artistas, a causa de los magros ingresos que se sufren en nuestro país, sino que por estas pampas se enamoró de una francesa llamada Céline, que ejerce la medicina naturopática. “Ésta consiste en la práctica de la medicina tradicional de los pueblos originarios, lo que los criollos llamaríamos ‘yuyera’”, explica él. Por ese motivo, ella suele viajar a nuestras tierras.
En el año 2020 se fue a vivir a la casa de su compañera, en una chacra ubicada en plena campiña francesa, en el pueblito de Grandrif, a 10 kilómetros de Ambert, dentro una región forestal del área del parque natural regional de Livradois-Forez. Están más cerca de Ginebra, Suiza, que de París. Allí tuvieron una hija a la que llamaron Amancay.
La casa de Céline es ideal para que ella atienda allí a sus pacientes con hierbas, porque el paisaje de esa zona de Auvergne se halla a mil metros de altitud, con abundantes bosques, atravesada por arroyos y ríos, y concurrida por jabalíes y ciervos. Ellos tienen algunos caballos y su huerta.
Marcos aceptó gustoso ir a vivir a allí, ya que en su haber tenía muchos puntos en común con Céline: la pasión por la ruralidad, ya que estudió tres años de Agronomía en la UBA y anduvo trabajando en proyectos curiosos, como la instalación de cultivos de quinoa en la provincia de Buenos Aires, durante los años 2003 y 2004. Además, es licenciado en musicoterapia y ha trabajado como ella, en el ámbito de la salud, con pacientes con diversas discapacidades o que padecían adicciones.
Este cantor bonaerense que resalta entre los franceses con su boina, su bombacha de campo, su yunta, sus alpargatas y su guitarra criolla que lo acerca a diario a su pago natal, reconoce sufrir mucho el desarraigo en aquellas lejanas tierras y explica que trata de venir seguido al país. Acaba de llegar en octubre y se quedará todo noviembre, para reencontrarse con su familia, sus amigos y de paso realizar una gira artística por nuestro país, de modo que aprovechamos para conversar con él.
-¿De dónde te viene tu pasión por la guitarra, la música folklórica y las costumbres criollas?
-Si bien nací y me crié en Boulogne, en la zona norte del Gran Buenos Aires, pasé gran parte de mi infancia en contacto directo con la vida rural, ya que mi familia tenía un campo en Capitán Sarmiento, apenas pasando San Antonio de Areco, por la Ruta 8. Y mi padre es ingeniero agrónomo, hoy jubilado, quien además toca y canta folklore. Fue sobre todo él quien me transmitió su amor por la guitarra, los caballos y el campo. Recuerdo que a mis once años experimenté el deseo de empezar a tocar la guitarra y la abracé para siempre, pero además en ese tiempo hice mi primera cabalgata, de Luján a San Nicolás, que para mí fue inolvidable.
-¿Qué recordás de aquella cabalgata y qué te dejó?
-Fuimos 200 jinetes con caballos, carruajes, caballadas, llevando una réplica de la Virgen de Luján, y en ese evento conocí a mucha gente del ámbito tradicionalista. Después de eso empecé a acompañar a mi padre a las yerras, a las jineteadas, los desfiles y las fiestas, donde la guitarra es como una bandera. Mi padre escuchaba a Alberto Merlo, Larralde y sumado a esos recorridos me fui empapando de la música surera. Si bien escuchaba folklore de otras partes del país, lo que más me apasionó fue lo surero, la música bonaerense, aunque en mi vida abordé otros géneros. Pero estudié
-¿Cómo fue tu formación musical?
-Durante mis estudios secundarios comencé a cursar el conservatorio de Boulogne y cuando fui mayor de edad estudié la carrera profesional como músico en la Escuela de Música Contemporánea, en el barrio de Barracas, de la Capital Federal. Luego tomé estudios de diversos géneros musicales con profesores particulares, como tango, guitarra flamenca y demás, porque siempre sentí mucha curiosidad por toda la música en general. Esto me ha llevado a transitar otros géneros, además de la música surera, como la música andina, ya que he acompañado a la prestigiosa aerofonista, Nuria Martínez, tanto en guitarra como también en aerófonos, integrando bandas de sikuris.
-¿Por qué preferiste abocarte al canto surero?
-Porque la música bonaerense tiene una riqueza infinita que me conmueve, en su variedad de especies líricas como las cifras, los estilos, las milongas, las danzas y demás. Mis referentes son Omar Moreno Palacios, a mi juicio el más grande, Héctor del Valle, Oscar del Cerro, Atilio Reynoso, Alberto Merlo, Larralde, Ángel Hechenleitner, Suma Paz y hasta Atahualpa Yupanqui. Creo que el surero es el lenguaje en el cual me siento a gusto y desde donde tengo algo propio para decir, porque lo conozco profundamente, ya que lo he vivido desde chico. Además, creo que es poco difundida y depende de nosotros que no se pierda y se valore masivamente.
-No sólo interpretás con la guitarra y el canto, sino que componés y has logrado plasmar tu arte en varias obras.
-He editado varios discos: en 2014, “Del manto verde”; en 2018, “Estilo gaucho”, con variados “estilos” sureros. También he participado en la película “Tierra Adentro” en 2011, del cineasta Ulises de la Orden, para la que compuse la música y además actué en ella. Trata del conflicto del Estado argentino con los pueblos originarios de La Pampa y de la Patagonia. Actualmente estoy regresando a Argentina para presentar mi nuevo trabajo discográfico, terminado en julio de este año, que titulé “Embrujo Pampa”, íntegramente surero. El mismo ya está publicado en todas las plataformas digitales.
-¿Por dónde lo andarás presentando?
-Realizaré dos giras: una junto al talentoso Juan Martín Scalerandi por San Antonio de Areco, en La Peña del Colorado; en Buenos Aires, en la peña P’al que guste; en Las Flores y en Azul. Y otra por Santa Rosa, Epuyén, El Maitén y El Bolsón, junto a Martín Skrt, gran cantor y guitarrista de Carmen de Patagones, que vive en La Plata. Acá me doy el lujo de tocar junto a Juan Falú o Carlos Moscardini, que son verdaderos maestros y me entusiasma que se me van abriendo muchas puertas en lo artístico.
-¿Qué hacés para combatir el desarraigo cotidiano, allá en Francia?
-Sufro mucho el destierro, porque a pesar de llevar cuatro años allá, me parecen una eternidad. Allá no se ven tantos caballos como acá. Argentina es el lugar con más caballos del mundo. Extraño los aromas de mi paisaje bonaerense y hasta los colibrís, que allá no hay. Con mi compañera tomamos mate amargo, y compro la yerba por internet a una plataforma que crearon argentinos en España. Hago mis asados, pero no tan seguido como acá, porque allá es caro: hacer un asado de vaca para cuatro personas te cuesta cien euros. El pollo y el cerdo son más baratos. Para los franceses, hacer asado es tirar unas salchichas a la parrilla, y comen las carnes desgrasadas. Yo les pido que me corten un vacío o una tira, les pido que me dejen algo de grasa, los invito a los franceses a comer asado a leña y se relamen.
-¿Qué trabajos tenés allá como músico?
-Los franceses valoran mucho las culturas y no sólo la de ellos, sino las foráneas, por lo que suelo hacer mis presentaciones artísticas durante el año. Me acaban de contratar como profesor de guitarra en una escuela municipal de música, en un pueblo cercano, y una editorial parisina se interesó en editar y publicar partituras de mis obras instrumentales, en lo que ya estamos trabajando. Cuando llegué no sabía nada del idioma, pero ahora aprendí a hablar bien el francés, y eso me permite en mis conciertos, explicarles bien sobre las distintas regiones musicales de mi país y sus trasfondos culturales, sobre todo de la provincia de Buenos Aires, de modo que me siento un difusor. Estoy viviendo allá una etapa compositiva muy buena, en este momento, y tal vez sea por el mismo desarraigo que estoy sufriendo. La inspiración es como una canilla que no sabés cuándo se abre y cuándo se cierra, depende de tantas cosas.
-¿Te imaginás envejeciendo en Francia o te gustaría volver?
-Ahora en Argentina me están contando muchos artistas amigos que a pesar de que se llenan de trabajo, no llegan a fin de mes. Si bien es muy lindo donde vivo, porque reconozcamos que la generalidad de los franceses es gente maravillosa, tienen vinos muy buenos, aunque los nuestros no tienen nada que envidiarles, y te asombran cuando ves que tienen 1300 variedades de quesos. Pero a mí me gustaría regresar, no me imagino quedarme para siempre en Francia. Aunque como la situación en mi país está tan crítica, creo que tendré que seguir alternando entre Francia y Argentina. Ojalá mejore.
Marcos O’Farrell eligió dedicarnos “Pero qué lindo al regreso”, un estilo de Omar Moreno Palacios, grabado en su último disco, Embrujo pampa.