Los argentinos suelen ser los “campeones” del mundo en muchos ámbitos, uno de los cuales es la capacidad de bastardear lo propio imaginando que lo ajeno es mucho mejor. Sin embargo, el mundo está probablemente a pocos pasos de darles una lección inolvidable.
Residir en una nación ubicada en los confines del orbe que no sólo se autoabastece de alimentos y energía, sino que además los exporta, y que tiene además un potencial enorme en recursos minerales y desarrollo de capital humano, representa, en la actual coyuntura global, haber comprado la mayor parte de los boletos de la rifa. Esto mismo es aplicable al Mercosur en su conjunto.
Los conflictos en curso que se están registrando en el Mar Negro y Medio Oriente, además de los potenciales que se están gestando en el Mar de China por la cuestión taiwanesa, constituyen –entre muchos otros aspectos– focos de riesgos logísticos que amenazan con interrumpir, bloquear y eventualmente reconfigurar las rutas marítimas de transporte de commodities sin las cuales la civilización, tal como la conocemos, no puede funcionar.
Estar lejos de tales conflictos, además de tener la posibilidad de configurar diferentes rutas comerciales en el Atlántico, Pacífico o Índico, es una ventaja comparativa gigantesca que sigue sumando puntos a medida que los problemas geopolíticos y bélicos se incrementan.
Esta semana se llevó a cabo en la ciudad rusa de Kazán una nueva cumbre de los BRICS, el bloque conformado originalmente por China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica –al que posteriormente se agregaron otros países–, donde se trató la posibilidad de desarrollar un nuevo sistema de pagos que permita, en un futuro próximo, la posibilidad de realizar transacciones entre países miembros sin necesidad de recurrir al dólar estadounidense o al euro.
Ese experimento ya lo llevó a cabo Rusia en los últimos dos años con resultados alentadores. Y lo irónico es que no lo hizo por decisión propia, sino porque no le quedó otra luego de las sanciones financieras aplicadas por EE.UU. y Europa a modo de represalia por haber invadido Ucrania.
Esa movida, claramente, desafía el poder del dólar y de la hegemonía de EE.UU., la cual, en última instancia, tiene como respaldo al poder militar más formidable del mundo (construido, vale recordar, gracias el poder ilimitado del dólar para adquirir lo que sea dónde sea y al valor que sea).
Veamos la situación con un ejemplo extremadamente simplificado para que resulte pedagógico. Supongamos que Brasil le envía carne vacuna a Rusia, mientras que este último país le entrega fertilizante a la nación sudamericana y para liquidar ambas transacciones emplean una moneda común. Así Brasil va incrementando su volumen de comercio exterior sin necesidad de recurrir al dólar para acumular una cantidad tan considerable de esa divisa que puede en algún momento cancelar toda su deuda denominada en dólares y acabar así con ese condicionamiento.
La lección, más allá de lo que suceda en el convulsionado contexto global, es que la “prioridad uno” de las naciones en el actual escenario reside en cuidar el activo subyacente de cualquier moneda por crearse, que no es otra que las materias primas esenciales (commodities).
Si una nación tiene productos agroindustriales, energéticos, minerales y capital humano profesional en abundancia, entonces es “rica” aunque se autoperciba “pobre”: sólo es cuestión de tiempo el hecho de que el “patito feo” se transforme en “cisne”.
La cuestión, entonces, es preguntarse, en cada caso particular, qué están haciendo los gobiernos de los diferentes países del Mercosur en los distintos sectores estratégicos para incrementarse “el sueldo” cuando llegue el próximo reseteo monetario.