En los últimos días se dio a conocer un informe del Instituto para el Desarrollo Agroindustrial Argentino, que dirige el ex ministro Julián Domínguez, que decía que el consumo de lácteos se habría contraído 17,3% en toneladas totales y 14,4% si se toman como referencia los litros demandados en el semestre inicial de este 2024.
Hay en el análisis una estimación de consumo de lácteos (en litros de leche equivalentes) de algo más de 156 litros per cápita anualizados al promediar este año. Recorriendo el serpenteante camino recorrido desde los años ´90, donde cada impacto económico le representó a la población una debilidad cada vez mayor frente a la posibilidad de acceder a los alimentos, pasamos de 162 litros de 1990 a 227 litros en el año 2000, y hasta 217litros de 2015. Para 2023, el informe indica que fueron 194 los litros de leche equivalentes consumidos per cápita.
Lo que explica el IDAA es que la leche larga vida cayó en la demanda 18,5% en el primer semestre y los sachets 12,2%, al tiempo que la leche en polvo se contrajo 30%.
En cuanto a los quesos, la caída registró un 18% interanual, o una contracción del 11% en el primer semestre. El segmento más afectado fue el de postres, yogures y flanes, superando el 50% de caída respecto del año anterior.
Todo esto está motivado netamente por la situación económica. Pero para entenderlo hay que retrotraerse en el tiempo.
Es imposible quitar de la mesa de análisis el impacto de los que fueron las políticas aplicadas por la gestión nacional anterior, donde estaba el rubro lácteo muy apuntado por los acuerdos de precios y también por la presión para no aumentar los valores del resto de las listas de precios por encima del 5%, tanto al productor como al consumidor. Esto era decidido por el entonces secretario de Comercio, Matías Tombolini, bajo amenaza de cerrar las exportaciones. Los números en rojo fueron de la industria y también de la producción, no así del eslabón comercial, mientras se seguía debilitando la demanda de los consumidores.
Aquellos frenos a los precios no evitaron la caída que hoy se percibe mucho más y así es que, al menos en la última década, compramos los alimentos que podemos y no los que queremos. El queso cremoso que formaba parte de la compra semanal familiar es cada vez más chico y de la marca más económica, recortándose de la misma manera la demanda en la cantidad de litros de leche de cada ticket, en supermercados y en comercios de cercanía.
Incluso en los momentos recientes de más alta inflación, no faltan las ofertas de leche en las superficies intermedias y grandes, porque es la bebida más completa del planeta la que inevitablemente sigue traccionando las ventas, aunque con menos fuerza. Las primeras marcas salieron a competir, pero se impusieron las marcas blancas de los diferentes comercios, e incluso cobraron relevancia las regionales, en todo el país.
Esta caída del consumo llega a confluir con la crisis productiva, también desatada por la sequía que se extendió durante tres años y pegó más fuerte en la lechería en la última primavera, comenzando a contraer a rangos históricos la cantidad de litros totales. Si bien hoy se estima que este septiembre tendrá números más normales en la oferta de leche, las cifras que rozaron mermas de 10 a 17% en este comienzo del año, seguirán en tono negativo algunos meses más.
La compensación a la caída del consumo y de la producción llega por el lado de la exportación de lácteos, que llegó a tocar el 30% del total producido en el país en algunos períodos mensuales, a pesar de obtener precios internacionales muy bajos por tonelada. La leche entera en polvo ronda el piso de los 3.000 dólares por toneladas, ubicándose ahora en 3.259 dólares y con indicios de recuperación en proyecciones futuras.
Conocidos entonces los cuatro puntos porcentuales de la inflación de julio, en el rubro alimentos y bebidas no alcohólicas los precios en general subieron 3,2%, con una expansión en siete meses de 76% y una contrastación interanual del 275,8 puntos. En el Gran Buenos Aires, el rubro leche, productos lácteos y huevos aumentó 2,4% en julio, llegando al 273,9% interanual y con variaciones de 251% a 290% en el resto de las regiones.
Puntualmente, la leche fresca entera en sachet por litro, en el Gran Buenos Aires registró en julio un promedio de 1.305,07 pesos, contrayéndose 3,7% en referencia a junio pasado y sosteniendo valores en lo que va de agosto.
Podemos empezar a concluir que la contracción del consumo, se combinó con el retraimiento de la producción, por lo que no tuvo esto el impacto que podría haber registrado frente a otros escenarios de más leche. Del mismo modo, no afectó a los puestos de trabajo que dependen de la cadena lechera, sin haber alteraciones en turnos laborales.
El precio al productor creció y llegó a un cierto techo. Para julio el valor promedio en litros informado por el Siglea fue de 411,7 pesos, creciendo 2,1% intermensual y 285,7% en el contraste interanual. Por lo tanto, esos 43 centavos de dólar oficial que se pagaron están en línea con buenos valores para 2024.
Lo que se empezará a evaluar ahora por las industrias es el ritmo de recuperación productiva, para poder seguir aumentando los precios en el tambo, más allá de las negociaciones puntuales que cada uno promueva. También, como lo informó esta semana Mastellone Hnos en una carta a sus productores, se tenderá a complementar los precios a partir de “revalorizar aquellos atributos por los que la compañía siempre ha velado: calidad, sanidad, productividad, previsibilidad, permanencia, logística y regularidad de entrega”.
El mensaje es que tiene que valer más la leche de calidad y en eso se tienen que enfocar los tambos.
Circular a Productores de La Serenísima v f ago 2024 (1)
A esto se puede sumar la situación que viene atravesando desde hace más de un año la industria láctea, con ajustes por inflación a ritmo mensual de los salarios de sus trabajadores. Este hecho está al margen de lo que dicta la ley y debería encontrar en los próximos meses una solución paritaria concreta, para poder planificar mejor los costos laborales, de modo que los ajustes no se den hacia atrás en la cadena. Para esto las empresas no deberían ceder ante los métodos sindicales conocidos por sobre la sustentabilidad general de la cadena.
Los lácteos son irremplazables para el nutrición, pero es la economía la que atenta contra las necesidades cotidianas de los argentinos. Espera el sector que a medida que se normalice la inflación, la recuperación de la demanda pueda ir al mismo ritmo y con ello se puede volver a elegir que comer, dejando de considerar lujos a productos fundamentales, empezando por un vaso de leche.
En la medida que el poder, siga pasando por el mismo sector social por el que pasó siempre, el resultado no puede ser distinto al actual.
Lta kuka