José Luis, alias “Yoyi”, con sus 56 años pertenece a la tercera generación de la familia Peter. Su abuelo, José, llegó en 1929 a habitar una de las islas del Delta entrerriano, más precisamente en la zona de Villa Paranacito, perteneciente al Departamento Islas de Ibicuy, donde todo estaba por hacerse.
El primer Peter isleño comenzó con la actividad forestal y después adquirió un pequeño barco para trasladar sus maderas y las de sus vecinos. Más tarde agregaría vacas.
El padre de Yoyi, también José, continuó con las tres actividades, creciendo poco a poco con mucho esfuerzo. Y hoy sus hijos, José Luis y Marcelo, siguen a cargo y permanecen -a veces contra viento y marea-, continuando el legado familiar.
-¿Con exactitud dónde se instaló tu abuelo? ¿Ustedes siguen en el mismo lugar?
-Vivimos en la misma isla donde se ubicó mi abuelo, que está entre Brazo Chico, Canal Galofré y Río Gutiérrez. En la casa original vive mi padre, de 90 años, lúcido, que aún nos asesora y que trabajó como una máquina hasta hace poco. A 100 metros vive mi hermano Marcelo, que es capaz de desarmar, reparar y armar el motor de una barcaza en un fin de semana. Y a 1000 metros de lo de mi hermano vivo yo, que me instalé en una construcción que mi abuelo quiso destinar a hotel, pero que por diversas razones nunca lo llegó a concretar.
-¿Desde cuándo se hace forestación en el Delta entrerriano?
-En esos tiempos el Delta estaba plagado de quintas de frutas y verduras o granjas con gallinas, algo de ganadería y mi abuelo fue uno de los pioneros de la forestación en el Delta entrerriano. Se dedicó a la producción de bosques implantados con salicáceas, únicamente sauces y álamos. Lo siguió mi padre y ahora, nosotros. En aquella época había una gran demanda de madera para cajonería, tacos de zapatos, tirantería, ramas o tutores para las plantas de tomate y mucho más. Un gran porcentaje de los ataúdes se hacen con madera de álamo, lo mismo que marcos de ventanas y puertas.
-¿Cuándo comenzó tu familia a hacer fletes como transportista fluvial?
-Fue mi abuelo paterno cuando en 1942 compró su primer barco, la “Granjera Ibicuí I”. A todos los barcos de casco de madera los llamamos ‘chata’, y consiguió hacer publicidad en ella, de la casa ‘Puente’, de construcción, que vendía materiales en la isla. Esa actividad fue creciendo y cuenta mi padre que pasaban frente a nuestra casa en dirección a Tigre, unas 8 barcas de 20 a 40 toneladas de carga, por día. Porque hasta entrados los años ’70, en Villa Paranacito había unos 70 aserraderos chicos, y en Tigre y San Fernando no había manzana que no tuviera al menos dos. Hoy ha mermado muchísimo, si bien hay aserraderos muy grandes. Después mi abuelo le pasó la barca a su hijo mayor, Jacobo. pero éste más tarde la vendió y se dedicó a los barcos areneros.
-Después continuó tu padre…
-En 1972 mi padre compró su primera chata ‘Magdalena Madre’, y llevaba la madera para venderla en Tigre. También comenzó a comprar y a vender madera y siguió haciendo fletes para terceros, como mi abuelo. Con el auge del plástico empezó a decrecer la actividad, hasta que se instaló Papel Prensa SA en San Pedro y la actividad reflotó. Papá ya solía ir hasta allí a entregar a algún aserradero chico, pero su barquito cargaba apenas 25 toneladas, y para empezar a ir constantemente, éste no le sería rentable. Entonces compró un barco más grande, que era aguatero. Fue su primero con casco de hierro, el “Victory”, con la ayuda de un hermano de él, que vivía en Tigre. Lo adaptaron poco a poco y llegó a cargar entre 80 y 120 toneladas de madera. Un 3 de marzo de 1980 mi padre hizo su primer viaje hasta la planta de Papel Prensa y nunca más se detuvo.
-¿Vos cuándo empezaste en el transporte fluvial?
-Cuando terminé mi escuela primaria, mi papá me subió a los barcos para trabajar con él y no me bajé más, pero no me consultó, era trabajar o trabajar. Fui de polizón, hasta ser mayor, porque en aquella época no había tantos controles como ahora. En 1981, había tanto trabajo con la madera, que mi padre compró otro barco, el “Doña Concepción”, construido en Paraná para otro fin: la hacienda. Mi abuelo nos había regalado unos títulos, a mí y a mi hermano. Y como a mi padre no le alcanzaba la plata, lo ayudamos con los títulos y nos dio el 12,5 % de acciones a cada uno. Nos costó mucho ponerlo en condiciones porque estaba muy deteriorado, con una casilla muy precaria. Cargaba también, entre 80 y 120 toneladas, y en 1983 pudimos renovarle el casillaje. En 1986 mi padre compró 24 vacas con cría y arrancamos junto a mi hermano a campo limpio y con forestación bajo sistema silvo pastoril. Fuimos creciendo y hoy, después de casi 40 años, estamos llegando a las 2000 cabezas.
-¿Con tanta demanda tuvieron que seguir creciendo en infraestructura?
-Como veíamos que el trabajo seguía aumentando, comenzamos a ahorrar peso por peso y en 1993 compramos otro barco, que estaba abandonado, el “Sígueme si puedes”, del cual yo me enamoré. Lo reparamos y ya éste cargaba 200 toneladas. Pero era tal la demanda que nos quedaba chico. Se estima que entre las décadas de 1980 y 1990 sólo a Papel Prensa le entregaban madera unos 90 barcos, mientras que hoy somos apenas 6 o 7 propietarios con un total de 15 o 20. Movilizaban a unos 180 tripulantes y ahora, sólo a unos 30. Algunos solían también hacer viajes de Asunción a Buenos Aires. Entonces decidimos reformar de nuevo el “Victory”, le pusimos dos motores Scania, nuevos, potentes, y además trabajábamos con barcazas pequeñas. Compramos una, que después nos quedó chica y en 2002 la abandonamos.
-¡Qué pena!
-Papel Prensa nos prestó una barca de ellos, hasta que compramos “La Dorina”, de 280 toneladas y la adaptamos a cargar 450. Además en los ’90 hicimos fabricar un remolcadorcito para mover las barcazas, porque teníamos mucho trabajo. Una curiosidad es que remolcamos por empuje y no de tiro. En una época, la descarga era pésima y teníamos que esperar tres días, con lo que perdíamos tiempo y dinero, porque si te llamaban para hacer un viaje y les decías que te esperaran, lo más probable es que llamaban a otro. Entonces muchos implementamos las barcazas chicas para agilizar. Hoy es al revés, como hay pocos barcos, nadie te va a sacar el trabajo.
-Pero no todas son rosas en ese rubro.
-No, la vida del transportista en el Delta está atravesada de problemas y disgustos. En la madrugada del 13 de junio, la tripulación de “Don Alberto C” se cruzó un banco de humo a unos 700 metros antes de llegar a destino, tocando una rampa de cemento en el riacho Baradero y se fue a pique. Como no hay suficientes astilleros para reparar barcos y nosotros siempre tuvimos mucho trabajo, no podíamos perder tiempo en espera y decidimos comprar unos airbags chinos o gomones, para hacer flotar las embarcaciones. Contratamos una empresa para reflotar “Don Alberto C” y decidimos armar nuestro propio astillero, y la reparamos en 60 días.
-Contanos el presente de los barcos familiares.
-Si bien el motor de todo esto fue mi papá, hoy se ocupan de los barcos, mi hermano y dos sobrinos: Daniel (30) y David (23). Haciendo un balance, seguramente nos hemos equivocado, pero no demasiado. En cambio, sí me gustaría que se agilizaran los trámites de la Prefectura, porque hoy no tardás menos de 5 años para habilitar un barco, y su construcción tarda menos. Una razón es que nos aplican reglamentaciones internacionales que no se adaptan a nuestra situación, y eso, además de tantos problemas que sufrimos en nuestro país a la hora de emprender, debe haber colaborado para que hoy haya tan pocos barcos. Otra razón es que fueron dejando de ser tan redituables como antes.
-¿Y entonces?
-Tenemos otro problema, que hoy la barca “Doña Concepción” nos quedó chica como para ir a San Pedro, de modo que la usamos para los aserraderos de nuestra zona y le hicimos un corral desmontable para trasladar hacienda. En esto último somos los únicos, además de que sólo nos movemos por el Delta, mientras los otros barcos también andan en el Delta bonaerense. En Prefectura le llaman de “quita y pon”. Hoy en Villa Paranacito debe haber unas 10.000 cabezas en islas sin acceso por camión, que nos necesitan, pero llevamos 4 años sin poder obtener aún la habilitación y nosotros hemos empezado a llevarlos igual, porque los productores no pueden esperar.
-Contanos cómo es en detalle el oficio del transportista fluvial.
-A los barcos originales que cargaban 80 a 100 toneladas, los cargaban entre 4 a 8 estibadores durante uno y hasta tres días. Y cuando los remplazamos por grúas, éstas tardaban sólo 2 horas. No es difícil aprender a conocer los recorridos, diría que en dos viajes ya aprendés a navegarlos. El viaje de Paranacito hasta San Pedro te lleva entre 12 o 13 horas de navegación, según el barco. Los chicos, tardan 3 o 4 horas en llegar a Tigre. En general los empleados trabajan de lunes a viernes, pero el que es patrón, a veces trabaja los 7 días. En el barco empezás como marinero y vas haciendo cursos para patrón, pero hoy la reglamentación de Prefectura es tan exigente que casi nadie se anota. Además de que no conseguís gente para ningún puesto ni ningún rubro. Es una pena, porque los sueldos de los tripulantes de los barcos son de los mejores del Delta. Los barcos tienen baño, cocina con heladera y camarote, son menos sacrificados para trabajar que en los camiones.
-Era un oficio arduo, porque no había tecnología.
-Los troncos se cargaban a hombro y allá por 1987 se empezaron a colocar grúas en los barcos. Éstas les quitaron el trabajo a muchos obreros, pero era un oficio insalubre que muchos rehuían. Nosotros recién colocamos la primera grúa en el “Doña Concepción”, en 1991. Gracias a ello tomamos un trabajo importante con la Empresa Celulosa Argentina para llevar madera desde Villa Paranacito hasta Zárate. Alrededor del 2000, iba navegando aguas abajo del Paraná, cuando me crucé una barcaza que llevaba un remolcador con minerales de hierro, y me puse a averiguar hasta que la pude comprar en 1999. Recuerdo que desde 1987 hasta 2003, la actividad fue muy buena. A partir de entonces empezó a decaer hasta 2011, y cuando cayó el consumo del papel de diario siguió disminuyendo la demanda, desde 2011 hasta 2019. Hace un par de años, la misma comenzó a reflotar gracias al cartón corrugado, pero no da una gran ganancia como antes.
-¿Con este panorama actual qué piensan hacer?
-Es preocupante ver que en la isla vecina a la que vivimos, sobre el arroyo Negro y el Río Gutiérrez, la escuela tuvo 70 alumnos y hoy no llegan a 10. Y en la quinta de la familia Gottert había una escuela adonde fueron ellos y yo, con 35 y 40 alumnos, y se cerró el año pasado porque no quedó ni uno. Somos isleños y los que permanecemos en esto es porque lo llevamos en el alma. Y sabemos que para que funcione el Delta productivo, es imprescindible el transporte fluvial. Entonces hasta a veces perdemos plata con tal de sostener la actividad. Sabemos que si dejáramos de brindar este servicio le haríamos mucho mal al sistema productivo de la isla.