A veces uno, sin darse cuenta, se resiste a los cambios. Y las circunstancias van apretando cada vez más hasta que hay que cambiar sí o sí. Era el año 2016 y María Emilia Oviedo no se sentía del todo bien. Trabajaba como arquitecta y en teoría todo parecía en orden, pero algo dentro de ella estaba inquieto.
Impulsada por el deseo de sentirse mejor, empezó a incursionar en temas de alimentación en términos de cómo lo que comemos incide en cómo nos sentimos. Luego de ensayo y error notó que el consumo de alimentos fermentados impactaba muy positivamente en su salud y ahí se puso a investigar.
“Junto con Tatiana, ahora mi socia, empezamos a informarnos y descubrimos la relación entre los alimentos y los intestinos. Descubrimos que los químicos generan daño en la microbiota intestinal y, como a su vez el intestino está relacionado al cerebro, también afectaba el estado de ánimo, entre otras cosas”.
Así las cosas, decidieron empezar a vender “alimentos conscientes” como fermentados, panes de masa madre y otros en ferias, hasta que un día pensaron una opción mejor: comenzar a producir su propia materia primera para elaborar sus propios alimentos. Allí entró como protagonista un campo familiar que había sido ganadero. Hoy ya son dos campos los que están involucrados en el emprendimiento.
Por una parte está la finca La Ciénaga, que se encuentra en la zona oeste de la ciudad de Salta, a solo veinte minutos del centro. La superficie productiva entre siembras, pastura, animales y hortalizas es de 80 hectáreas. El otro campo es la finca Chuscha, ubicada en los Valles Calchaquíes, en las cercanías de Cafayate y de 10 hectáreas productivas. Entre ambos predios producen trigo, maíz, alfalfa, hortalizas, nueces y uvas. También tienen corderos y vacas que se comercializan como carne de pastura y las gallinas que dan los huevos para las preparaciones que realizan.
La novedad es que acaban de llegar dos chanchas para incorporarse al equipo, mientras que la “tradición” que permanece en el campo es la cabaña de caballos criollos Don Gilberto, creada por el papá de María Emilia y que vende los animales en un remate anual
“Creo que la calidad de los alimentos que consumimos impactan directamente en la salud no sólo física sino también espiritual y que hemos olvidado la importancia del origen de los productos en cuanto a su forma de producción y de elaboración, lo cual ha traído aparejados síntomas de salud tanto en las personas como del entorno”, explica María Emilia. “Uno de los caminos de regreso a la verdadera calidad de vida puede ser desde la elección de cómo queremos nutrirnos, al menos es algo que experimenté en mi propio organismo y por eso siento que puedo transmitirlo”.
“El campo anteriormente tenía un foco más dirigido a la ganadería y hace unos cinco años sumamos la producción de granos y hortalizas sin agroquímicos con la finalidad de obtener la materia prima de las elaboraciones y recuperar al campo como un lugar diversificado, con plantas y animales”, describe esta arquitecta que cambió su mirada sobre la alimentación, la producción y su forma de vida. En los dos predios trabaja junto a un equipo de personas de la zona y que ya tenían experiencia en este tipo producción por haberse criado en el campo. A la vez, María Emilia ha realizado cursos de biodinámica y cuenta con el asesoramiento técnico de un especialista.
“También agradezco las puertas que me abrió a este mundo la escuela Waldorf, a donde van mis hijas, porque la biodinámica se transmite desde la práctica en huertas y además varios padres son productores que me han brindado los primeros impulsos”, agrega.
“Fue terreno fértil para nosotras esa semilla, ya que sentimos coherencia con la forma del trabajo de la biodinámica donde la producción se vincula a las fuerzas formativas del cosmos a la hora de las intervenciones en el campo y que permiten una producción sin químicos. Pensamos que ese mismo impulso de vida que está contenido en los frutos es lo que luego consumimos e impacta directamente en las personas y la tierra, as la parte que nutre desde lo sutil, no solamente desde lo nutricional”, define.
En Salta capital las socias han montado Chakarruna, un establecimiento donde se elaboran fermentos y subproductos con la materia prima producida en los campos y que funciona como puente entre los productores agroecológicos, orgánicos y biodinámicos, ya que también les ofrecen un espacio para sus productos. Tal es el caso (entre otros) de Añapa, la marca de una productora biodinámica que se encuentra cerca de la finca Chuscha. Añapa es el nombre de una bebida sin fermentar típica de los valles, que se hace con algarroba; es un refresco natural.
Chakarruna tiene venta al público y restaurante y los principales clientes son mujeres y personas (mayormente a partir de los cuarenta años) que buscan un cambio de vida por cuestiones de salud y recomendaciones médicas, personas en alguna búsqueda espiritual y también turistas habituados a consumir productos orgánicos y que, cuando están de paseo, quieren seguir con sus hábitos alimenticios.
“Cuando la gente visita la finca La Ciénaga les llama mucho la atención el contraste, porque es uno de los pocos campos que quedaron productivos en la zona. Se llega desde la autopista y es una zona rodeada de urbanizaciones pero apenas uno atraviesa la tranquera se llega a un campo que parece realmente otro lugar lejano, lleno de diversidad de aves y a medida que vas entrando se va poniendo más abundante en árboles y cercano al cerro”, describe María Emilia. “Para los que conocen Salta, es esa frondosidad típica de la zona de San Lorenzo. Para mí, es una perla verde dentro de la ciudad”.