Siendo muy jóvenes, los hermanos Colombo fueron testigos del final de una época de esplendor que ocurrió en su pago de San Andrés de Giles. Es que esta capital de un vasto partido fue un importante polo de producción de sorgo escobero o maicillo, popularmente llamado “maíz de Guinea”, destinado a la confección de las tradicionales escobas. Esa etapa duró más de 50 años. Luego, a partir de la innovación de los escobillones con cerdas de plástico, comenzó a decaer esta industria, hasta quedar muy reducida. Fue cuando los Colombo se tuvieron que ir reconvirtiendo hacia otros rubros productivos.
Actualmente la chacra quedó sólo en propiedad de uno de los hermanos, Fernando, quien vive en ella, en un total de 25 hectáreas, y que al abandonar el cultivo de la guinea, supo diversificarse mediante la siembra de trigo y soja, y la cría de cerdos, gallinas, pavos y ovejas. Miguel Ángel, el mayor, era agrimensor y falleció hace 6 años. Gustavo se dedica a su profesión de arquitecto. Y Osvaldo trabajaba en una empresa del centro de la ciudad, pero como esta cerró decidió regresar a ayudar a Fernando en la chacra.
El pequeño campo está ubicado en una de las entradas de la pequeña ciudad de San Andrés de Giles, sobre el Acceso Cristóbal Colón y Ruta 41, a apenas 20 cuadras de la plaza central. Esta ciudad se encuentra sobre la Ruta 7, a sólo 90 kilómetros del barrio de Liniers, desde donde se llega por la autopista del acceso Oeste. Está asentada sobre la pampa ondulada de la provincia de Buenos Aires, pasando sólo 30 kilómetros de la ciudad de Luján.
Aquella época de oro impactó tanto en esta trabajadora familia, que Fernando decidió reservar una parcela de tierra, donde colocó todas las máquinas antiguas que fueron quedando en desuso. Lo hicieron con la clara idea de dejarlas como piezas de museo para, algún día –que esperan sea pronto- comenzar a recibir visitas de gente interesada en apreciar esos testigos silenciosos de un tiempo, que para ellos es inolvidable.
El nombre científico del “maíz de Guinea” es sorghum technicum y se diferencia de las demás variedades de sorgo, por tener una panoja de fibras largas y flexibles que se utilizan desde hace 300 años para la fabricación de escobas y cepillos. Su nombre alude al país de Guinea Ecuatorial, ubicado sobre el Golfo de Guinea, en el Centro-Oeste del continente africano, que parece ser su lugar de origen, en una franja que se extiende hasta el Medio Oriente asiático, según documentos históricos que señalan su presencia en Siria.
Don Aníbal Jonte (arriba en la foto) es vecino, de Giles, tiene 82 años y la buena fama de ser muy memorioso, de modo que ofició de guía de Bichos de Campo y nos contó lo que recuerda del abuelo de los hermanos Colombo, Don Octavio, ya que llegaron a ser amigos. Quien llegó de Italia a la Argentina fue un bisabuelo, a fines del siglo 19, y claro que también fue un gran continuador, el padre de estos hermanos gilenses, Ángel Víctor.
Don Aníbal aportó datos que ni los nietos de Don Octavio recordaban, pero antes de que tomara la iniciativa de empezar a relatar, uno de los hermanos Colombo, Fernando, nos quiso mostrar algunas escobas que aún conservan de aquella época.
Y Don Jonte comenzó a relatarnos: “El manojo o paja de guinea que se cultivaba en Giles era de primera calidad y en nuestra ciudad funcionó una fábrica de escobas muy importante. Eran muchas familias chacareras de la zona que destinaban unas 10 a 15 hectáreas a su cultivo, mientras que en el resto sembraban lino, cebada y otros, porque para vivir necesitaban producir todo el año. Para las cosechas, llegaban cuadrillas de santiagueños, en su mayoría, de la zona de Atamisqui, y se los llamaba ‘los cortadores de guinea’”.
Completó la información de esa época, Osvaldo, otro de los hermanos Colombo: “Las cuadrillas se conformaban de entre 20 y 25 hombres, de los cuales uno se dedicaba exclusivamente a preparar la comida, sobre todo de olla, en suculentos guisos y pucheros. Mi padre iba al pueblo en su chata, todos los días a comprarles las bolsas de hortalizas y verduras, para que cocinaran. Eran gente muy noble y trabajadora. Venían todos los años y ya los conocíamos bien. Algunos les enviaban dinero a sus familias por correo y generaban una gran movilización económica en Giles, porque aprovechaban para comprar ropa, utensillos, y llevarse a su pago, sobre todo, cosas que allá no conseguían, o que sí, pero tal vez mucho más caras”.
Retomó Jonte: “Las parvas de la guinea se ataban con hilos diferentes. La que se destinaba a la exportación, se ataba con hilo azul, que iba sin semilla, y la limpiaban en batidoras. Escuché decir que los franceses compraban las semillas, porque les extraían algo que utilizaban para la fabricación de la pólvora. Pero al principio se emparvaban con la semilla hacia afuera para que conservaran la humedad”.
“Se las colocaba sobre camas de palos –continuó Don Aníbal-, se las tapaba y duraban hasta 3 o 4 años, protegidas del viento y la lluvia. Fue famosa la anécdota de unas parvas que quedaron durante 30 años y, para el asombro de todos, hallaron guinea en su interior, aún en buen estado. Ya en 1920 se sembraba la guinea en Giles. Tomás Marincovich comenzó a cultivarla en 1930 y su nieto, Marcelo, la trabajó hasta 1991. Gastaldi fue el mayor exportador de guinea, acá, y escuché decir que durante la segunda guerra mundial se cortó la exportación, y claro, todos la habrán tenido que guardar hasta poder venderla”.
Agregó Osvaldo: “Los cosecheros iban cortando las varas, las colocaban al lado de las hileras, acostadas, para que se orearan. A la mañana siguiente se las ponía paradas, por atados, para que se terminaran de orear, y después de almorzar, las iban a juntar al campo. Las cargaban con horquillas en un acoplado. Y el emparvador debía ser un especialista para que quedaran bien parejas, colocando las más cortas en la parte superior, a fin de que se pudieran cubrir con facilidad y se les ponía algo pesado encima. De ahí el dicho, cuando venía tormenta de ‘Hay que ir a tapar la parva’. Algunos cobraban por hectárea y otros, por atados de varas”.
Continuó Don Aníbal: “En algunas chacras no podían albergar a los cosecheros, de modo que éstos se alojaban en lo de Don Petrone. Y cuando llovía, se iban a las fondas del pueblo, donde bebían, jugaban al truco y guitarreaban. Detrás del parque municipal se sembraba todo guinea. Se conocen, en Giles, las hermanas Zurita, hijas de uno de aquellos santiagueños, que se enamoró de una chica de apellido Molina, y se quedó para siempre”.
“A fines de la década del ’80 ya casi no quedaban chacras cultivando guinea–recuerda Osvaldo-. Entonces, muchos santiagueños pasaron a trabajar en la zona de Cucullú, en la fabricación de ladrillos. Muy pocos seguían llegando a cosechar guinea y sólo la cortaban. De modo que yo, con mis hermanos, un tío y obreros de acá nos teníamos que ocupar de juntarla. Cuando se abandonó la guinea definitivamente, Fernando Colombo montó un criadero de cerdos con 200 madres, otro de 100 gallinas ponedoras, y una hija de él, Julieta, hoy se encarga de vender los huevos”.
Pero estos hermanos son nostálgicos de alma. Conservan cientos de herramientas antiguas, muchas que se utilizaban en la guinea, que piensan clasificar y acondicionar para su exhibición. Las habitaciones originales de la casa que construyó su bisabuelo, con paredes de adobe, se fueron volteando, pero decidieron conservar una, porque data de 1880. Osvaldo sigue prefiriendo usar para su trabajo diario en la chacra, su vieja Rastrojero, que no cambia por nada, y también piensa exhibir un Ford A, modelo 1931, que compró en 1980 en una estancia cercana. Cada tanto lo vuelve a poner a punto y sale de paseo en el.
Ellos dicen que además de esta pasión de coleccionar objetos antiguos, sienten una necesidad imperiosa de compartirla con la gente. Para esto tienen el proyecto de abrir su chacra como turismo rural, porque apuntan a recibir a la gente curiosa que quiera conocer cómo se vivía la ruralidad en la primera mitad del siglo pasado. Piensan construir algunas cabañas y recibir visitas los fines de semana. Aseguran que es un sueño que concretarán muy pronto.
Comentan ellos que al parecer, la ciudad de San Andrés de Giles, poco a poco está apostando a ser un importante polo de atracción turística en la región, con sus casas de 200 años de antigüedad, los pintorescos remates de todos los domingos, sus chacinados artesanales y mucho más. Hasta se habla de que hay intenciones de reflotar la tradicional Fiesta Nacional del Chancho Asado con Pelo, la cual lleva algunos años sin realizarse. La familia Colombo está decidida a hacer su aporte con lo suyo, que no es poco.