Aunque la producción de batatas suele vincularse más con la localidad bonaerense de San Pedro, hay que reconocer que su cultivo también se da muy bien en Colonia Caroya, provincia de Córdoba, y en el triangulo formado por las ciudades de Reconquista, Malabrigo y Romang, al norte de Santa Fe.
En el caso de la batata santafesina, ella se ubica en el tercer puesto en importancia productiva a nivel nacional, y se desarrolla en una superficie de alrededor de 1.500 hectáreas. Su origen en esa porción del territorio se remonta al emprendimiento de Don Rubén Passarino, quien cinco décadas atrás apostó por ese cultivo y contagió a muchos otros productores de la zona.
“Primero fue un emprendimiento familiar, que se manejaba en un sistema bastante cerrado. Después se fue extendiendo a otros productores y actualmente hay alrededor de 30 en toda la zona que realizan este cultivo”, relató el agrónomo Mario Gerber a Bichos de Campo.
Aunque en la carrera de Agronomía, la batata no es de los cultivos a los que mayor atención se le presta dentro de la currícula, Gerber se especializó en ella casi a la fuerza. La razón fue que aquella producción iniciada por Passarino, y replicada en la zona, comenzó a tener serios problemas sanitarios.
“Los rendimientos empezaron a venirse muy abajo. Un grupo de productores jóvenes, muy preocupados por el futuro de la batata, me contactó y empezamos a ver cuáles eran los motivos por los que las variedades de la zona estaban tan golpeadas. Una de las emblemáticas que fue realizada por el INTA nuestro fue la pata de rana o mechada, como tradicionalmente se la conoce en el mercado”, contó el agrónomo.
El golpe fue tal que de los 25.000 kilos por hectárea de batata que solían obtener, algunos lotes cayeron a 6.000 kilos.
Luego de recorrer el país buscando casos similares y alguna alternativa de mejoramiento, el santafecino dio con la ingeniera y fitopatóloga Liliana Di Feo, del INTA Córdoba, con quien pudieron determinar la presencia de virosis en el cultivo.
“Como multiplicación de batata no es como un cultivo de cereales que se multiplica por forma de semilla, sino que es agámica, es decir que se multiplica a través de distintos sistemas de brotación que tiene la planta, transmiten de generación en generación el virus que tienen. En un principio se traían plantines de otro lado pero cuando llegaban acá se infectaban. Y son enfermedades transmitidas fundamentalmente por mosca blanca, trip y pulgones. Hacen que a simple vista se vea más achaparrada, amarilla y restringida en su desarrollo”, explicó Gerber.
A partir de entonces, por un convenio entre la Cooperativa Agropecuaria de Malabrigo y el INTA Reconquista se comenzó a realizar la multiplicación de plantines libres de virus, que luego son entregados a los productores para su siembra a campo.
“Es un semillero de batata. El productor multiplica en invierno esos almácigos y saca plantines para el campo. Es un proceso que si bien cuesta, porque tradicionalmente la batata se multiplica a través de batata de año anterior, en este caso lo que necesitamos es iniciar con un plantín libre de virus in vitro”, señaló el santafecino.
Y la misión ciertamente resultó exitosa porque los rendimientos volvieron a subir, llegando a superar incluso las 30 toneladas por hectárea. Eso potenció el desarrollo de un programa de mejoramiento para introducir nuevas variedades en la zona. Actualmente son 18 las que están en evaluación para identificar qué comportamiento muestran ante las condiciones de suelo y clima locales.
“Hay un abanico muy interesante de batatas que se comercializan en distintos mercados. Por ejemplo, la batata blanca no va para el sur pero sí para el norte. Por eso tenemos una disponibilidad de variedades que el productor elige según la que más le conviene para ese mercado”, afirmó Gerber.
Hay que recordar que la batata se implanta a partir de septiembre y octubre, cuando ha pasado el riesgo de helada, y su plantación puede extenderse hasta enero en función del mercado al que se busca llegar. Eso permite estirar el proceso de cosecha.
“Los lotes que se plantan temprano son con una idea de obtener alguna primicia, y se empiezan a partir de febrero y marzo. Nuestra zona está caracterizada por ofrecer su producción en los meses de julio, agosto y septiembre, que son los meses en que los otros centros de producción no tienen batata. Es un periodo en el cual nosotros ingresamos con buenos precios”, indicó el agrónomo.
-Finalmente tu trabajo de todos estos años sirvió para reactivar de modo importante una actividad regional con mucho anclaje histórico. Debés sentirte orgulloso.
-Sí, es un trabajo que nos exigió técnicamente. En la facultad el cultivo de batata había pasado bastante rápido y si no estás inserto en una comunidad que tiene ese cultivo, no le das importancia. Así que fue un desafío muy interesante y gracias a Dios hemos logrado revertir esa situación que había diezmado totalmente la producción. Nos sentimos muy contentos y queremos que se involucren el resto de los productores de toda la zona, porque con esta tecnología de liberación de virus y la incorporación de nuevos materiales podemos lograr muy buenos rendimientos. Fundamentalmente le permite al productor producir mayores kilos por hectárea y de mejor calidad, en menos superficie, lo que redunda en un mejor perfil económico para el productor.