La entidad que nuclea que a las principales compañías aceiteras argentinas advirtió que el país está perdiendo la carrera bioenergética frente a los avances logrados por EE.UU. y Brasil.
“Desde hace diez años la producción de soja en la Argentina se estancó y no logra superar la barrera de las 70 millones de toneladas, mientras nuestros principales competidores crecieron tanto en cosecha como en molienda”, apuntó Ciara en su cuenta de Twitter.
“EE.UU. y Brasil aprovecharon la transición energética e incrementaron su producción traccionada por la producción de biodiésel y ya están enfocados en la siguiente generación de biocombustibles. El gobierno argentino desatendió este escenario”, añadió.
El comentario hace referencia al enorme impulso que viene registrando en los últimos años la producción de aceite de soja tanto en EE.UU. como en Brasil, el cual se emplea para elaborar biodiésel de primera y segunda generación.
El primero, que es el que se usa actualmente en la mayor parte de las naciones americanas, emplea como catalizador un alcohol inferior (como el metanol), mientras que el segundo, conocido como HVO o hidrobiodiésel, utiliza hidrógeno para ese propósito. Si bien las siglas del HVO (Hydrotreated Vegetable Oil) hacen referencia al aceite vegetal, el término no es correcto, porque ese biocombustible también puede fabricarse con sebo bovino.
A diferencia del biodiésel convencional, el HVO tiene una composición química casi idéntica a la del gasoil de origen fósil, lo que hace que las compañías automotrices interpongan menores restricciones de uso del mismo respecto del biodiésel. La cuestión es que el proceso de hidrogenación es más caro y, por lo tanto, se requiere elaborarlo a grandes escalas para tornarlo económicamente viable.
En ese sentido, la compañía brasileña BSBIOS, integrante de ECB Group, tiene un proyecto (Omega Green) para construir en Paraguay una mega fábrica de HVO y SPK (queroseno parafino sintético, también conocido como sustainable aviation fuel) a partir de aceites vegetales y sebo bovino.
Ciara explicó que en EE.UU. se están realizando grandes inversiones para promover la producción y el consumo de HVO con el propósito de descarbonizar la matriz energética. “Su estrategia de expansión apunta de pasar de las 2,0 a 3,0 millones de toneladas actuales de producción a 20 millones de toneladas en la próxima década. En este crecimiento de la industria norteamericana para HVO, un 25% de la materia prima se originará a partir de la soja y el resto de aceites usados, colza y maíz”, explicó.
En lo que respecta a Brasil, la nación sudamericana apunta a incrementar el corte de biodiésel de 10% a 15% en 2023. “En paralelo, proyectan la hoja de ruta para los biocombustibles de segunda generación y proyectan un 10% de HVO hacia 2030”, indicó Ciara.
Por último, la entidad aceitera remarcó que Argentina no sólo no está encarando una política de promoción de biocombustibles, sino que además “en el plan de adaptación y mitigación al cambio climático presentado en la COP 27 borró a los biocombustibles de la agenda energética: es un error grave y que se pagará caro en el largo plazo”.
Buena parte del desinterés en promocionar al biodiésel se debe a que el Estado nacional no quiere resignar ingresos generados por el derecho de exportación aplicado al aceite de soja (33% del valor FOB), así como tampoco quiere desarrollar un producto que reste mercado a las ventas realizadas por la compañía petrolera estatal YPF.
El dato insólito es que en los primeros diez meses de este año, según datos oficiales (Indec), Argentina importó gasoil por 4394 millones de dólares, algo que se podría haber evitado porque ese combustible es reemplazable por biodiésel de fabricación nacional.
Como en lo que va del año la balanza comercial argentina registró un superávit de apenas 4406 millones de dólares, entonces el reemplazo total de gasoil importado por biodiésel habría permitido duplicar dicho superávit en un contexto crítico de restricción de divisas en la economía.