Una semana atrás falleció a los 86 años de edad Jorge Horacio Cazenave, uno de los empresarios que contribuyeron a construir el paradigma productivo agropecuario por el cual la Argentina –a pesar de las muchas dificultades– es reconocida como una nación líder en la materia.
Tal como explicamos en su momento, Cazenave fue uno de los artífices de la introducción de la siembra directa en la Argentina a fines de los años ’70 del siglo pasado (por entonces se la conocía como “labranza cero”).
Pero en Bichos de Campo no nos quedamos quietos y comenzamos a buscar un registro histórico de un dispositivo que fue uno de los antecedentes inmediatos de las sembradoras de directa que se extienden actualmente en todos los rincones de la Argentina (y también de las naciones vecinas).
Además de promover los primeros ensayos de siembra directa en el país, Cazenave diseñó y comenzó a producir y comercializar un dispositivo, denominado “adaptador No-Ara”, que se colocaba en las sembradoras tradicionales para poder sembrar cultivos sin remover el suelo.
Se trataba de una cuchilla “raviolera”, con un diseño que, si bien era bastante simple, resultaba efectivo –en función de las condiciones tecnológicas de la época– para el propósito buscado.
Para fabricar y comercializar el “adaptador No-Ara”, Cazevane, junto a su amigo Alberto Ariel Woinilowicz, crearon la empresa “Labranza Cero S.A”, la cual se dedicó a vender el dispositivo que anticipaba –con gran visión– cómo sería la “agricultura del futuro”.
Con el tiempo el desafío fue recogido por muchas empresas argentinas fabricantes de sembradoras, que se transformaron en líderes mundiales en tecnología de siembra directa.
Como el negocio de la maquinaria agrícola no era la esencia de las actividades desarrolladas por Cazevane, la iniciativa quedó en el olvido, pero, con gran sentido de la anticipación, marcó de manera temprana el camino que recorrería la industria y el agro argentino décadas después.
En la década del ’90, ya con la tecnología de la siembra directa desarrollada, la incorporación de la soja tolerante a glifosato junto con decenas de oferentes de ese herbicida (por entonces un producto genérico) a precios muy accesibles, generó una “explosión” de productividad agrícola que permitió promover un creciente y progresivo ingreso de divisas a la economía argentina.