Juan Domingo Intilángelo es en si mismo un personaje destacado de la ciudad de San Andrés de Giles, donde nació hace 70 años. Pero además creó un personaje de radio basado en un paisano real, “Don Leiva”, que todos recuerdan en su ciudad. Giles supera los 30.000 habitantes y se encuentra a 104 kilómetros de la Capital Federal, sobre la ruta 7 que va a Mendoza.
A Juan Domingo en Giles lo apodaron “Valentín” y así todos lo llaman. Vive en la modesta casa donde se crio su madre. A ella la recuerda como una virtuosa cocinera de los platos criollos y la identifica en los versos del poeta mendocino, Armando Tejada Gómez, que en su obra “Canto popular de las comidas” describe: “Mi madre, que era muy criolla / le echaba amor a la olla”.
Sorprende su fina erudición y se manifiesta autodidacta, porque cuenta que apenas empezó el colegio secundario, sus compañeras y compañeros lo discriminaban junto a otros dos por ser pobres. Se fue y nunca más quiso volver.
Su padre había llegado a Giles a trabajar en el ferrocarril en 1944. En aquellos tiempos eso garantizaba estabilidad y un buen pasar. Allí conoció a la mamá de Valentín. Porque según él, era un seductor, de mucha pinta, muy correcto, de una gran coherencia y humildad, sagaz y de finísimo humor. Se nota que Valentín heredó gran parte de estas virtudes. Su padre llegó a ser segundo capataz de cuadrillas.
Recuerda Valentín que un día, lo pasaron a buscar para ir a un evento importante y lo interpelaron: “¿Pero no tenés otro par de zapatos mejores, para salir?” Y su padre se miró los pies y dijo: “No se qué haría con 4 zapatos, si apenas tengo 2 pies…”
“Su único vicio fue comprar el diario La Democracia. Me transmitió su pasión por la pesca y nos la pasábamos yendo al arroyo”, -sigue Valentín, recordando a su padre-. “Yo ya estaba casado y con hijos, pero no teníamos ni un peso para festejar su cumpleaños 60. Entonces nos fuimos juntos a pescar mojarritas al arroyo y esa noche comimos mojarritas fritas como menú especial, como si fueran ‘cornalitos’. Teníamos largas charlas, caña en mano, y eran un lujo para mí. Un día le pregunté por qué nunca decía malas palabras, y me respondió: ‘Creo que las debo conocer a todas, pero casi nunca encuentro cómo ubicarlas en mis conversaciones…’”
“Una vez mi padre fue a relevar a un capataz de cuadrilla, en Zárate. Y los ingenieros de la magna obra ‘Zárate-Brazo Largo’ le preguntaron cómo podrían agujerear los durmientes de quebracho. Y él les proporcionó unos operarios que fueron con los viejos taladros manuales. En agradecimiento le ofrecieron unos pesos y él no se los aceptó, pero les pidió que me dieran trabajo, porque yo ya tenía 18 años”, continúa Valentín.
“Me contrataron para trabajar en la oficina de administración, en la isla. Allí aprendí muchísimo. Cuando vieron que me iba a tocar hacer la colimba, me despidieron. En 1973 me tocó Aeronáutica en El Palomar. Pero resulta que mi padre se había hecho muy amigo del odontólogo Héctor Cámpora, también de Giles, y éste le pidió ser padrino de bautismo de uno de sus hijos. Y me tocó ser su ahijado”.
“Pues estando yo en la colimba, justo mi padrino llegó a ser presidente. Uno de mis jefes se enteró y desde ese día, hasta que me fui sólo podía recibir órdenes de oficiales para arriba, pude hacer salidas a mi antojo y comer en el casino de oficiales, manjares que nunca había probado”.
“Antes de terminar el servicio militar me casé -relata Valentín- y al volver a Giles fui contratado por el gobierno provincial para hacer el servicio de agrimensura de lo que sería la nueva Ruta 7, para Vialidad Nacional. Tuve 3 hijos. Luego, ingresé a Vialidad y me derivaron a Trelew. Pero como yo quería rumbear para el litoral, pronto conseguí que me trasladaran a Loreto, en Corrientes. En Buenos Aires me agencié un catre y con mis pilchas tomé el tren a Corrientes capital e hice un viaje de 36 horas a puro chamamé, con paisanos que llevaban hasta sus gallinas. Recuerdo que el tren subía a un ferry gigante para cruzar el río”.
“Apenas llegué a Loreto, quedé solo en mi nueva oficina y me puse a tomar unos mates en la vereda. Sólo se escuchaba cantar a los pájaros, y el chamamé por todos lados. Vi pasar al juez de paz a caballo. De pronto vino un hombre que, en guaraní, me invitó a cenar a su casa, porque se había enterado de que yo había quedado solo. Enseguida, dos mujeres me vinieron a invitar a un baile, para esa noche. Yo no podía creer tanta amabilidad, porque en Trelew, eso no me había pasado”.
“Pregunté cómo ir al centro, y me dijeron que ‘yo estaba en el centro’: frente a mí, un terreno con algunos árboles, resulta que era la plaza central. Cerca de ahí estaba el almacén de la familia Boffil y más allá, una carnicería con un galgo flaco esperando algún hueso. En ese pueblo, hablar de las ‘ánimas’ era moneda corriente. Me sentí como protagonista de un cuadro de Molina Campos”.
Don Intilángelo continúa su relato: “En 1979 regresé a Giles y me contrató de ayudante un agrimensor con el que trabajé 25 años. Era caminar mucho por los campos, cruzando arroyos y alambrados, con un machete y las herramientas a cuestas, para medir. Hoy se hace todo en cuatriciclos, con drones y vía satelital”.
“Mi patrón fue a hacer una medición a un campo de 700 hectáreas que cuidaba un tal paisano Alberto Pacífico Leiva. Al año siguiente conseguí ir a pescar a ese campo, con amigos. Don Leiva nos recibió muy bien y nos acompañó a pescar a un arroyo que atravesaba el campo. Le prestamos una caña y él llevó su radio. A mí se me pegó tanto su tonada gaucha que sin darme cuenta, al rato ya le respondía en su mismo modo de hablar. Y mi amigo poeta, el flaco Luis María Petrone, me llamó aparte y me dijo: ‘¡No seas irrespetuoso, que el paisano va a pensar que le hacés burla y va a pelar su facón!’”.
“Fue así como al volver a Giles me nació el personaje ‘Don Leiva’, y en 2010 lo empecé a personificar en un programa de radio que emprendí con un sobrino mío. Don Leiva vivía solo y cuidaba un campo, con ganado en una parte baja y maíz en la parte alta. Lo veíamos ordeñar, cazar, cuerear, arrear, alambrar con su llave ‘california’, moviéndose siempre de a caballo. Fuimos a pescar durante 22 años y compartimos con él infinidad de fogones bajo las estrellas”.
“De tanto verlo y escucharlo comencé a contar en radio por ejemplo: “Ayer hubo acá en el pago un semejante tormentón. Usté sabe que me cayó un rayo en la puerta de mi casa y resulta que quedó clavado y no podía salir, vió…”.
Valentín nos ha contado su vida para hacernos ‘ver’ cómo la Vida misma, con mayúsculas, le fue ‘escribiendo un libro’ en su alma, cuyas sapiencias luego le brotaron por los poros para llegar a contarle a su gente, y también cantarle. Porque un día conoció al ingeniero agrónomo y cantor de folklore José María Sosa, que integró el grupo ‘Giraluz’, y le supo transmitir su pasión por la más exquisita música folklórica y latinoamericana. Entre tantas formaciones que tuvo Sosa, en una de ellas lo integró a cantar a Valentín.
Sosa además fundó con él y con muchos otros amigos de Giles, la ‘Fiesta del Chancho Asado con pelo’, con una programación inigualable en todo el país. Por él conoció Valentín un repertorio amplísimo de folklore que lo llevó a crear su programa musical de radio ‘ALAMPALI’ –siglas, porque pretendió ser un canto al Amor, la Paz y la Libertad- en el cual por ejemplo, cerraba siempre con un tema del excelso Dúo Salteño.
Hoy Valentín, está agradecido con su amigo Marcelo Marincovich, que lo ayudó a jubilarse y lo acompaña cada día. Su amigo y compañero de pesca, Petrone, es un poeta enorme y como él, un orgullo gilense, que le dedicó unos versos al verdadero Don Leiva:
Paisano Leiva (in memoriam de Alberto Pacífico Leiva)
Nació con la marca oscura / que un durísimo destino / para fijar su camino / le imprimió en la frente pura / llegó hasta su sepultura / trabajando para nada, / y a su existencia callada / la sobreviven sin duelo, / de otro dueño un verde suelo / y el agua de una cañada.
Una soledad sin mella / le alimentó el corazón / y un oscuro nubarrón / le nubló la buena estrella. / Hijo de madre plebeya / que, acostumbrada a sufrir / lo parió con el parir / de un fosco animal cerrero / y pudo a su duro cuero / tan sólo la muerte herir.
Hoy pervive en la memoria / de quienes lo conocieron… / Tiempo y espera curtieron / su vieja y curtida historia. Pero una honrosa victoria / le preserva del olvido / pues con la tierra fundido / en verde regresará, / y con el tiempo estará / en el campo otra vez vivo. (Luis María Petrone, 2014/2015)
Valentín Intilángelo nos quiso dedicar el rasguido doble entrerriano, Soledad Montoyera, de Marcelino M. Román (letra) y Miguel Zurdo Martínez (música), en el que siempre percibió que era la expresión cabal de la vida de Don Leiva.