En la Argentina, en plena cosecha de granos gruesos, principal fuente de divisas del país, existen dificultades para conseguir cubiertas para cosechadoras y camiones. Pero, si alguien quiere disfrutar de galletitas danesas de manteca, puede encontrarlas sin dificultad en supermercados porteños.
Las cubiertas se venden hace rato al dólar libre, es decir, con el tipo de cambio real. Y las galletitas se comercializan con el tipo de cambio artificial fijado por el gobierno, es decir, a un precio subsidiado.
En condiciones normales, la caja de galletitas danesas, que se consigue actualmente en góndola a un increíble precio final de casi 1400 pesos, tendría un valor no inferior a 3000 pesos.
Semejante disparate, entre tantos otros similares, son la consecuencia directa del “cepo cambiario”, el cual, como en todo “cepo, requiere de los servicios de un “carcelero” que administre, en este caso, la asignación de divisas. A vos te doy tanto, pero no vuelvas en dos meses, a vos la mitad de lo que me pediste, a vos nada, lo siento, que pase el que sigue.
La discrecionalidad provoca escasez y situaciones absurdas e insólitas, porque el “carcelero” no dispone de toda la información necesaria para poder hacer una correcta asignación de recursos, puede equivocarse, no tener tiempo para atender todos los pedidos en los plazos adecuados y, por supuesto, tener favoritismos y “listas negras”.
— @salvadistefano (@SalvaDiStefano) May 4, 2022
Por esa razón, en las naciones normales, como es el caso de Brasil, Uruguay o Paraguay, es decir, acá nomás (en términos geográficos y culturales), existe un solo tipo de cambio, que podrá ser más alto o más bajo, pero es uno solo para que sean los actores del sector privado los que decidan qué y cuánto importar en función tanto de los requerimientos como la capacidad de pago presente en el mercado interno.
Esta es la parte del artículo en la que un defensor de la política oficial puede llegar a decir que el “cepo” cambiario es indispensable para contener los precios internos en un contexto de aceleración inflacionaria. Pero ese argumento es completamente engañoso. Porque para contener la inflación basta con que el Estado no gaste más de lo que recauda, así se evita tomar deuda y, cuando se queda sin crédito, imprimir dinero que termina inevitablemente depreciándose.
Pero si el Estado no gasta más de lo que recauda, se acaba el negocio de la política, que es –por lejos– la actividad más lucrativa de la Argentina. Así que el “cepo” es plenamente funcional para la corporación política.
Pero cuando el “cepo” se torna tan disfuncional que atenta contra la propia “gallina de los huevos de oro” –como el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, denomina al sector agroindustrial–, entonces estamos en presencia de un problema mayúsculo, porque es una clara señal de que el gobernante entiende que su suerte es independiente de la de sus gobernados.
Por lo tanto, cuando estés recorriendo las góndolas de un supermercado y veas galletitas, cervezas y quesos importados a precios ridículamente bajos en pesos argentinos (o sea papel higiénico), es importante saber que hubo un “carcelero” que autorizó ese negocio espectacular a cambio de restringir divisas a sectores que necesitan importar insumos críticos sin los cuales no pueden trabajar. Buen provecho.