PChocolate. Joanne Harris: “Una dulce novela de sabores y afectos”.
Todas deberíamos tener una historia como la que cuenta este libro, una historia que nos recorra la piel con las yemas de los dedos, nos acaricie, que nos envuelva entre el aroma del chocolate tibio y unos besos ardientes, tan ardientes que nos enciendan, nos hagan estremecer.
Los amantes son los afectos que nos sacuden los vestigios de viejas historias, nos hacen temblar aún entre orgasmo y orgasmo, nos florecen las fantasías… Un amante como el que entró a “La Celeste Praline, chocolaterie artisanale”. Uno así, que se deje seducir por el chocolate mientras se funden en un romántico beso que huela a licor de almendras.
Un amante incitante, que sorpresivamente se escabulla entre las sabanas mientras uno está profundamente dormido y nos despierte haciéndonos el amor. Pero también un amante que nos abrace serenamente, y que nos susurre al oído, como le susurraron las campanitas de la puerta a Vianne cuando el entro por primera vez.
Podríamos comenzar por preparar unos alfajores de dulce de leche con una deliciosa cobertura de chocolate amargo, para hacerles un convite a nuestros amantes, sean parejas, amigos con piel, solamente amantes, en fin. Convidémoslos a erizarnos la piel.
Los secos, 350 gramos de harina común, 150 de Maizena, 15 gramos de polvo para hornear, 2 cucharadas soperas copetonas de cacao amargo, 175 de azúcar
Además 175 gramos de manteca, una cucharada de esencia de vainilla, ralladura de naranja, 1 huevo y 60 cc de agua.
300 gramos de chocolate cobertura, 100 cc de crema de leche.
La vida tiene esos días vibrantes como el chocolate, esos días en que el sol brilla para nosotros únicamente, nos ilumina las pupilas y nos dibuja estrellitas en la mirada. En uno de esos días me deje llevar por un impulso que destello en mí como cascada de agua clara. Baje las escaleras aun en pijama y en patas, como casi todas las mañanas, prepare el mate y comencé a batir la manteca con el azúcar mientras los pájaros se acercaban entre las ramas. El murmullo del río venia zigzagueando a metros, lo hacía aún más encantador. La batidora iba aireando la preparación, tomaba un mate, cuando veo pasar un instante de mi vida que me hizo cabalgar hasta acá. Me sentí realmente feliz de poder incorporar la esencia, el agua y el huevo, pero por sobre todo feliz de haberme reinventado, de sonreírme, de permitirme estos latidos que iluminan el alma.
La batidora ya ha hecho una cremosa preparación así que es el momento justo para incorporar, con espátula, los sólidos previamente tamizados. Yo los paso por un colador verde. Formo un bollo suave que recubro con film y lo dejo descansar en la heladera un ratito. Corto las tapas y las pongo 15 minutos en el freezer mientras enciendo el horno. En mi vida el freezer ha sido siempre preponderante, he congelado personas nocivas, he detenido pensamientos agobiantes, hasta el corazón me he congelado, solo por protección. Llevan 5 minutos de horno fuerte. Parece que están crudos al sacarlos, pero así debe quedar la masa. Los relleno con dulce y estarán aguardando sobre una rejilla ser bañados en chocolate.
En una ollita pongo a calentar la crema hasta que da su primer hervor, apago el fuego y vierto los trocitos de chocolate. A mí me gusta el amargo, pero hay mucha variedad, y los hay hasta saborizados.
Miro el brillo que va tomando el chocolate al irse fundiendo en la crema, la espátula hace ochos pequeños como los recorridos mentales de mi cabeza estando en este lugar tan callado, con ese arroyo que siempre está bajando hasta el pueblo, siempre está llegando el agüita clara, con su pureza, su frescura, como los pensamientos que me seducen en esta mañana en Alpa Corral.
Un beso de buenos días, un mate ensillado, y sus manos que se deslizan por mi entrepierna. Vianne, la pastelera de Chocolate, prepara bombones para el domingo de pascuas, con virutas del mismo chocolate. El chocolate ya tiene esa espesura de muchas caricias y ya ha entibiado. Las tapitas rellenas están sobre la rejilla y con una cuchara comienzo a empapar los alfajores. El aroma es delicado, como nuestros besos de naranja.
Vianne Rocher, desde su cocina, en Lansquenet-sur-Tannes, con sus aromas y el sabor adormecido del chocolate sobre su cuello, me conto esta historia de dos forasteros que pasaban unos días al lado de un rio, sin conocerse, sin saber sus historias pero que a pesar de ello, se permitieron aquel impulso derramándose de pasión con esta increíble receta para el alma.